BLANCA (PRIMERA PARTE)

Una historia de LEV MALKO

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Enero de 1949. 

Con la llegada de la oscuridad, la vida desfilaba ante sus ojos a un ritmo casi vertiginoso. 

Pensamientos que naufragaban en miradas perdidas, estrangulamiento de manos y pasos que se volvían raudos parecían conformar lo que en otras partes del mundo era un toque de queda; pero, para él, había una salvedad: Lo que para otros lugares era una imposición, aquí era un acto natural. Y no sabía decir qué era más peligroso. 

Lev Malko contemplaba la escena desde un velador, entre el aroma de un cigarrillo y el sabor del café recién hecho, mientras meditaba en la escena que se representaba ante su persona. Intentaba dilucidar qué se ocultaba entre aquellas indumentarias, qué les preocupaba, qué les motivaba, qué soñaban… Un vano intento por no ser un mero espectador, por formar parte de la vida normal de las personas, lejos de aquel mundo cruel y sangriento que protagonizaba constantemente. Tampoco estaba muy seguro de que realmente le importase. 

Pocos instantes antes de que llegase su cliente, esta vez por cortesía de su amigo Lorenzo Andrades, Malko reparó en los dos individuos que parecían acecharlo desde la acera de enfrente. Bajo la apariencia propia de la clase pudiente, se escondía la enérgica y autoritaria personalidad policial, quizá la más radical. ¿Desde cuándo estaban ahí? No lo sabía con certeza. Pero la fría cuchilla de su antebrazo ya estaba lista para cualquier eventualidad y eso era todo cuanto necesitaba. 

Lentamente metió la mano en el bolsillo interior de su abrigo. Vio como los hombres se tensaban, uno de ellos incluso dio un paso al frente. Malko sacó su pitillera y con una sonrisa inocente la enseñó. 

Una sonrisa algo más cruel se dibujaría en su rostro cuando los matase. 

Encendido el cigarrillo, una voz intentó sorprenderlo por la espalda. 

- ¡Coño! – Era una voz ácida, nacida del alcohol y el tabaco prematuro -. Si hasta pareces respetable vestido así. 

El recién llegado hizo una leve indicación a los hombres apostados al otro lado de la calle. Como ciudadanos corrientes, se recostaron contra una fachada y empezaron a liarse un cigarro. 

Era un hombre de baja estatura y complexión corpulenta. Le regaló a Malko una sonrisa envenenada, pútrida, adornada por un ridículo y fino bigote que le recordaba a esos patéticos gangsters de películas. 

- Así que te llamas, Malko. Suena a “rojo”. Lo cual va a muy acorde a tu personalidad de maricón – hizo una pausa para mirarlo despectivamente de arriba abajo -. Seré breve. Me importa un cojón como te llames mientras seas tan eficiente como dice Andrades. Voy a pagarte mucho dinero para que hagas un encargo muy especial. 

El tranvía de las ocho menos cuarto hizo su parada habitual frente a ellos. El hombre que no se había presentado miró su reloj de pulsera. 

- Presta atención, tu objetivo se apeará aquí. 

La persona sentenciada a morir era una mujer joven y esbelta, una belleza natural que indicaba dignidad y determinación. Caminaba con paso firme y sin premura, como una leona dispuesta a luchar si alguien ponía en cuestión su libertad, pero, también en sus ojos había algo que Malko conocía muy bien de los tiempos de la guerra: Terror. 

- Tú - dijo el hombre del bigote fino – no lo entenderás porque es un asqueroso invertido pero esa perra lo que necesita es tener un hombre en su cama. Y ese hombre soy yo – comentó con aquella nauseabunda sonrisa -. La quiero para mí, viva y suplicante. ¿Entiendes, Malko? Quiero que lo último que pronuncie sea mi nombre. 

Lev Malko apagó el cigarro en el cenicero que había dispuesto sobre la mesa. 

El contrato se cerró cuando bajo la mesa le pasó un sobre con la primera parte del dinero por encargo. Había un nombre escrito a mano. 

Blanca.

(Continuará)

Una silueta femenina con el pelo recogido define la personalidad de Blanca
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