La noche del ángel (Primera parte)



Siempre fue consciente de que él no tenía cabida en el mundo. Al menos, no en el de las personas normales, con sus sentimientos y sueños, promesas e ilusiones que conducen a un final feliz, (o a un final en la mayoría de los casos). No. Él era fruto de las bajas pasiones, de los malos deseos... Su vida comenzaba donde terminaban los Sueños de otros. Él era la respuesta a esa lágrima, a ese rezo, que se hace en la oscuridad, deseando que alguien muera. 

Siempre fue consciente de que él solo tenía cabida fuera de este mundo… 

Y allí parecía que se había trasladado. 

Miraba sin ver el horizonte, una línea divisoria que separaba el agua del cielo; respirando el aire puro y dejando que la fresca brisa marina le azotara el rostro. Preguntándose y recordando cosas, bebiéndose un trago de Callaghan por cada respuesta y recuerdo rescatado que no le gustase. Y llevaba más de media botella vacía. 

Se preguntaba si llevar otra vida era posible. Probablemente, sí. Pero él no había tenido esa posibilidad. Y recordar los últimos acontecimientos tampoco ayudaba: Alemania, diez muertos; Suiza, una visita fugaz; y, por último, Sevilla, donde no pudo llevar a cabo un encargo porque tuvo que cobrarse otra vida primero. Otra vida que ahora lo perseguía. 

El asesinato del sicario mexicano, a las órdenes de la NKVD soviética, Modesto Escudero, ponía fin a años de enemistad y competencia entre los dos hombres. Y aunque había sido un acto discreto, respetuoso y honorable; no podía quitarse de la cabeza ese preciso momento en el que el corazón parecía escaparse del pecho y los huesos del cuello de Escudero crujían satisfactoriamente entre sus brazos… Y la mirada. La mirada de agradecimiento con la que el mexicano se iría al otro mundo. 

Y muerto quien había sido su némesis, su objetivo en la vida, ¿qué quedaba? 

Lev Malko se preguntaba eso cuando llegó la noche y, con ella, la luz de una farola en el paseo marítimo y un viento castigador que parecía azuzar a la arena para que le castigase severamente. Sonrió para sí, se lo merecía. Decidió que ya era hora de que volviese a la habitación de su hostal. 

Fue entonces cuando creyó escuchar algo. Como un grito ahogado en la lejanía, el castigo de un alma en pena que recoge su eco en nuestro mundo. La búsqueda duró solo un momento. Vio una extraña silueta en la orilla. Sin dudarlo corrió hacía allí. 

Mientras lo hacía intentaba analizar sus opciones. Sólo tenía su cuerpo y una pequeña cuchilla de doble filo alojada en un mecanismo de un brazalete, oculto en el puño de su camisa derecha como armas… El factor sorpresa y la penumbra también serían una ventaja. 

Apretó los dientes con fuerza sin percatarse de ello cuando descubrió que un hombre estaba estrangulando a una joven. El estrangulador al darse de cuenta de la llegada del otro asesino, se incorporó para hacerle frente pero fue en vano, Malko le dio una fuerte patada en el esternón que hizo que cayera de espaldas levantando los pies del suelo. Con un rápido vistazo, vio que la chica continuaba viva. 

No le gustó ver que su contrincante se había levantado tras recibir aquel fuerte golpe en el pecho, y por su mente rondó la idea de que este no era un sujeto normal y corriente; sino alguien entrenado para dar y recibir golpes como el suyo. 

El estrangulador mostró una sonrisa de suficiencia a juego con el cañón de una pistola, que, como por arte de magia había aparecido en su mano. Malko sintió la reconfortante frialdad de la cuchilla ya en su mano. Las posibilidades de salir en bien de aquello eran escasas y dependían exclusivamente de la rapidez con la que lanzara el cuchillo, porque estaba seguro de que una vez la hoja se liberase de su mano esta volaría hasta atravesarle el cuello a su enemigo. 

Pero un estruendo rompió el silencio y el tiempo. Los dos asesinos se miraron con extrañeza hasta que el estrangulador se llevó la mano al cuello y vio, sin comprender, que la sangre se escapaba de su cuerpo por el pequeño orificio que le había nacido allí. 

Sin pensarlo, antes de que el cuerpo del estrangulador se desplomase sobre la arena, el asesino cogió a la chica que aún estaba tendida y ambos se introdujeron en el agua, con la esperanza de refugiarse en la oscuridad del mar y no presentar un blanco fácil para el francotirador que había tenido a bien salvarlos con desconocidas intenciones.

(Continuará)

La arena de la playa se oscurece y el sol aun brillante cae en el horizonte
Imagen by Sobrecaribe

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