LA REDENCIÓN DE LOS PECADOS (PARTE 3 Y FINAL)

Si no has leído la segunda parte de este relato o quieres recordarla, puedes verla aquí: 

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Llevo más de tres años aquí dentro. No veo el tiempo pasar, pero sí veo, cuando puedo, a mi hijo crecer. Cada vez está más grande, ya camina y dice cosas sin mucho sentido; apenas puedo tocar sus manitas a través de los alambres. Mantengo la esperanza de seguir mis pasos con ellos, pero he de admitir que hay días en que pienso que no voy a salir de aquí.

Seguimos trabajando de sol a sol. Las obras avanzan muy lentamente, los cuerpos no nos dan para más. Hace años que no veo el mar, pero, a veces, cuando veo el agua del río, imagino estar sentado en la orilla contemplando las olas. No son más que unos segundos de felicidad, pero me dan energía para seguir adelante. 

Seguimos hacinados en los barracones, comidos de piojos, pulgas, chinches... con poca comida e higiene aún más escasa. Sigo sin saber qué he hecho para merecer esto. Algunos compañeros han muerto de tuberculosis y otras afecciones. Ya no sabemos qué hacer para evitar contagiarnos, no está en nuestras manos. Nuestra delgadez y cansancio extremo no ayudan a seguir sanos. Pero tener a mi familia ahí fuera me da fuerzas. «Algún día saldré de aquí», necesito creerlo… Quizás me engaño a mí mismo. Quizás el fin de mi vida se resume en esto, en unas manos ajadas, en una piel quemada, en una espalda encorvada. Quizás no hay nada más que me depare el porvenir porque ya tuve la gran suerte de conocer la felicidad. Me parece tan lejano todo, es como estar en otro mundo, en otra vida…

Llevo todo el día a pico y pala, cargando y descargando, subiendo adonde aquéllos mayores que yo o con dolencias más acusadas no pueden. Tratamos de cuidarnos los unos a los otros, en la medida de lo posible. Por las noches, si aún nos corre la sangre por las venas, compartimos historias, hablamos de nuestras familias, nos pasamos algún cigarro. Recordamos, porque aquéllos que olvidan están condenados a morir en vida. Algunos rezan, otros… hemos perdido la fe.

Si paramos, nos llaman la atención —cuando no recibimos un golpe—. Estoy especialmente cansado, es un cansancio del alma… Son las tres de la tarde, es pleno verano y hace mucho calor. Aquí no corre la brisa marina, aquí el sol quema hasta que sientes la piel como el cartón. Me encuentro mal. Estoy mareado, se me seca la boca, veo borroso. Visualizo por un instante las caras de María y de mi niño, y pienso en mi madre y en mi hermana, y en todos los que se fueron para no volver… mientras me doy cuenta de que no voy a salir de aquí. Se me para el corazón. Me desplomo. Oigo gritos a mi alrededor y luego… silencio. Silencio. Todo es silencio. 

No veré a mi hijo crecer. No volveré a besar a María ni a abrazar a mi madre. No seré libre. Ya he pagado mi deuda, una deuda que jamás entendí. Aquí y ahora termina la redención de mis pecados… 

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Francisco es un personaje ficticio que representa a los miles de presos del Franquismo que fueron recluidos en campos de concentración en La Corchuela, Los Merinales y El Arenoso (provincia de Sevilla), entre otros, con el objetivo de emplearlos como obra de mano gratuita para la construcción del Canal del Bajo Guadalquivir. Dicho canal, de 158 km de longitud, fue construido entre 1940 y 1962. Hoy en día, es más conocido como el Canal de los Presos.

La Dictadura Franquista duró casi 40 años, en los que miles de personas desaparecieron, ya fuera en campos de concentración o en cunetas y caminos, mientras que otros muchos se fueron al exilio. 80 años después del final de la Guerra Civil española, el país aún se encuentra muy fragmentado, por un motivo principalmente: nuestra Historia está enterrada y olvidada, no se enseña, no se cuenta, y por lo tanto se ignora.

No podemos olvidar la Historia si no queremos volver a repetir los errores del pasado.

Monumento a los presos del canal. Bellavista (Sevilla).
Imagen by Diario El Público

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