LA REDENCIÓN DE LOS PECADOS (PARTE 2)

Si no has leído la primera parte de este relato o quieres recordarla, puedes verla aquí:

---------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hace meses que no me dejan ver a mi familia. Sé que acuden cada día ahí fuera, pero no los dejan pasar. Hoy, nos han puesto a todos en fila y nos han dicho que nos trasladan, pero no sabemos adónde. 

La guerra ya ha terminado y el General Franco ha tomado el poder de la nación. Tengo miedo, presiento que algo muy malo está por venir. No, esto no ha terminado con el fin del enfrentamiento. Ya me decía mi padre —pobre padre mío— que había que agachar la cabeza y no hacerse notar; pero nosotros, jóvenes y bravos, no sabíamos callarnos. 

Hemos pasado mucho tiempo hacinados en los camiones, mientras siento cómo me alejo del mar. Mi mar. Y de mi María. Las condiciones en las que vivimos son penosas, apenas hay higiene, el hedor es insoportable y algunas enfermedades, como el paludismo, empiezan a propagarse. Nos han soltado en unos terrenos cerca de Sevilla, allá por Dos Hermanas, y nos han mandado montar tiendas de campaña (y, más tarde, construir barracones), que serán nuestra “casa” desde ahora. Dormimos en el suelo, amontonados. Centenares de personas de todas partes, principalmente andaluces pero también de otros sitios, están empezando a llegar, desorientados. Multitud de acentos y de historias se van entremezclando, aunque todos tenemos en común el terror y el cansancio.

Dicen que, “por la gracia de Dios y del Generalísimo”, hemos sido elegidos para formar parte de un grandioso proyecto a modo de “redención de penas por el trabajo”. Sabrá Dios qué hemos hecho para merecer tal castigo… Marzo de 1940 empieza mal. Nos van llegando noticias de que miles de “presos políticos” estamos concentrados en algunos campos en los alrededores de esta zona. Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas, lo llaman. Infierno lo llamaría yo.

Hemos empezado a trabajar de sol a sol, a pico y pala, seis días por semana, para redimir todos esos pecados cometidos por “pensar”. Dicen que somos unos afortunados porque además nos pagan 2 pesetas diarias, de las que nos descuentan la mayor parte para cubrir nuestra manutención. El gran proyecto del que hablaban es un canal de riego que va a recorrer una larga distancia. Supongo que los grandes beneficiados serán militares y gente de alta alcurnia, cercanos al Régimen, eso sí. No quiero pensar… me duelen las manos y la espalda, las quemaduras del sol son frecuentes y estoy tan delgado que no me reconocería ni mi madre. Nos hacen cantar el “Cara al Sol” una y otra vez… ya lo hago de manera inconsciente, pues me da tanto asco que podría vomitar, si tuviese alimento en mi estómago. Pero tengo que hacerlo, no quiero recibir más castigos. Tengo que aguantar hasta poder salir de aquí.

Algunas noticias nos van llegando a escondidas y nos enteramos de que muchas de las familias de los presos se están viniendo a vivir a chabolas y chozas cerca de los campamentos. Ha pasado mucho tiempo pero recibo una buena noticia: mi familia está entre esa multitud que ha venido para estar más cerca de nosotros. Cuando por fin puedo verlos, me esperan tras las alambradas mi madre, mi hermana pequeña y mi María… que trae un niño pequeño entre los brazos. Tengo un hijo y ni siquiera lo sabía; se llama Francisco, por mí, y Manuel, por mi padre. Un halo de esperanza me inunda. «Tengo que sobrevivir». Mi amor y mi niño me están esperando fuera, y mi madre está envejeciendo por momentos. «Tengo que vivir, tengo que vivir»

Continuará...


Presos franquistas convertidos en esclavos durante la construcción del Canal del Bajo Guadalquivir (o canal de los presos). Blanco y negro.
Imagen de archivo

Comentarios

Entradas populares