LA REDENCIÓN DE LOS PECADOS (PARTE 1)
Desde que empezó la guerra, o el “alzamiento”, como algunos lo llaman, vivir se ha vuelto una misión casi imposible. He de confesar que nunca me han gustado los militares, ni los reyes, ni la gente que se cree más que nadie. Junto con algunos amigos y parientes, hacemos reuniones a escondidas. Necesitamos tener un rincón en el que poder hablar, en el que poder soñar con el fin de este maldito enfrentamiento. A veces, invitamos a las mujeres, pero no es vida para ellas. Ya no estamos seguros en ninguna parte.
Hace un tiempo, se llevaron a mi hermano y a mi mejor amigo. Un día, se presentaron en mi casa, con esos horribles uniformes y bien armados, y los arrestaron a los dos. Mi padre intentó defenderlos, y le pegaron un tiro. Sí, ahí, delante del resto de la familia. A mi madre le dio un ataque de nervios, intentamos calmarla para que no se la llevaran a ella también. No habían hecho nada en realidad, pero sabíamos que algunos vecinos nos miraban mal por no comulgar con el dichoso alzamiento. «Alzamiento, mis cojones».
Han ido así desapareciendo numerosas personas a nuestro alrededor: vecinos, familiares, amigos del pueblo. Vivimos muy cerca del mar, en un pueblecito de Málaga. El mar… es algo que se te clava en la pupila y ya nunca más sale de ahí. El mar es algo que te acompaña siempre, aunque lo tengas lejos, aunque no lo veas. Quiero pensar que muchos visualizan el mar durante aquellos “paseíllos” nocturnos de los que no vuelven, campo a través. Algunas noches, el sonido de los disparos es demasiado tangible como para ignorarlo. Se te pone la piel de gallina. Es una sensación que no se olvida, ésa de saber que alguien acaba de perder la vida, y que cualquier día puedes ser tú.
Hace un tiempo, se llevaron a mi hermano y a mi mejor amigo. Un día, se presentaron en mi casa, con esos horribles uniformes y bien armados, y los arrestaron a los dos. Mi padre intentó defenderlos, y le pegaron un tiro. Sí, ahí, delante del resto de la familia. A mi madre le dio un ataque de nervios, intentamos calmarla para que no se la llevaran a ella también. No habían hecho nada en realidad, pero sabíamos que algunos vecinos nos miraban mal por no comulgar con el dichoso alzamiento. «Alzamiento, mis cojones».
Han ido así desapareciendo numerosas personas a nuestro alrededor: vecinos, familiares, amigos del pueblo. Vivimos muy cerca del mar, en un pueblecito de Málaga. El mar… es algo que se te clava en la pupila y ya nunca más sale de ahí. El mar es algo que te acompaña siempre, aunque lo tengas lejos, aunque no lo veas. Quiero pensar que muchos visualizan el mar durante aquellos “paseíllos” nocturnos de los que no vuelven, campo a través. Algunas noches, el sonido de los disparos es demasiado tangible como para ignorarlo. Se te pone la piel de gallina. Es una sensación que no se olvida, ésa de saber que alguien acaba de perder la vida, y que cualquier día puedes ser tú.
Han desaparecido rápidamente todo tipo de personas: políticos, alcaldes, escritores, maestros, gente del campo que ni siquiera sabía leer. Tres años de la más triste amargura, del miedo más desolador. Tres años de ver, oír y callar.
Se acerca el final de la guerra, se huele por fin, y, aunque una cierta alegría nos invade, una parte de nosotros nos dice que esto no acaba aquí. Que no es más que el principio de algo aún peor.
Tengo 24 años y Francisco es el nombre con el que mi madre me bautizó. Mi madre, que cada vez que salimos a la calle, se echa a temblar y se santigua mil veces. En este momento, y a pesar de todo el terror que tenemos ya dentro de nosotros… yo soy feliz con mi María. Nos conocemos desde niños, empecé a “hablarle” ya siendo más mayores, y nos casamos cuando ella quedó huérfana, hace unos pocos meses. Sólo quería cuidar de aquella muchacha tan buena, alegre, de cabellos largos y oscuros y mirada limpia. Mi María es mi amor y me regala dicha cada día. Mi madre la acogió como a otra hija más y compartimos hasta los suspiros.
Hasta que hoy, casi al alba, han venido a por mí. Estamos ya en 1939. No entiendo nada, pero, en cierto modo, lo esperaba. Todos aquí vivimos con el miedo de que vengan a por nosotros. Mi madre ha caído desmayada, mientras mi María la socorría.
Conservaré recuerdos borrosos de este momento, pero hay uno que prevalecerá sobre todos ellos: «no sé qué va a ser de mí»… Y las lágrimas corren por mis mejillas.
Continuará...
Continuará...
Excelente relato. Se nota una madurez literaria en las lides narrativas; y pinta la realidad de la guerra o las revoluciones, tal cual ocurren. Sus consecuencias nefastas y dolorosas, en cualquier lugar de la tierra y en cualquier época. Conmueve cada linea escrita con fiel exactitud y se percibe esa realidad dolorosa, que atraviesan las victimas inocentes de todo conflicto bélico, propiciado por algunos ejercitos, para justificar su perfida y criminal supervivencia en el mundo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras y tu apreciación, y disculpa por la tardanza. Es para mí un placer que te haya llegado mi relato. Puedes leer las dos partes restantes, buscando por el mismo título. Un abrazo.
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