SALVAJE (SEGUNDA PARTE)


Segundo capítulo del relato original de Rúmez. 

Si aún no la habéis leído o queréis recordarla, encontraréis la primera parte aquí.

Quédate con nosotros y descubre el desenlace de la historia.

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La advertencia siempre había sido clara y rotunda, casi palpable.
Era por todos sabido, repetido como ensalmo, que allá, en lo más profundo del bosque, moraban criaturas salvajes capaces de desmembrar el frágil cuerpo de una jovencita, con la misma facilidad que un niño arranca las alas a una mosca.

***

Tres semanas atrás.

- No me creo que te dé igual. No puede darte igual - Anne fruncía los labios levemente, fingiéndose afectada.

- Pues creételo. Me importan tanto esas tres, como el conejo que ayer se zampó el perro del boticario - contesté al tiempo que daba un puntapié a una rama caída.

Estábamos pasando el rato en el terrero de árboles bajos que conducía a mi casa. La morada de la bruja no era aceptada en la villa, por lo que vivíamos alejadas, casi en la linde del bosque; aquel lugar oscuro que siempre había dado miedo a las niñas y que ahora, además, estaba teñido por su sangre.

- ¿Estás comparando a un conejo con tres chicas como nosotras? - su voz tornaba más aguda con cada palabra.

- ¿Acaso el pastor Wederley no afirma que todos somos criaturas del Señor? Pues todas sus criaturas tienen que comer.

- Pero, ¿qué clase de criatura come chicas? - me volví a mirarla. Unas finas líneas surcaban su frente salpicada de pecas. Los ojos castaños dirigidos al suelo y, sin embargo, perdidos en alguna visión de pesadilla.

- Eh - me acerqué a ella, tomando sus manos entre las mías -. A ti no va a pasarte nada. Jamás lo permitiría - sus labios color fresa intentaron articular una palabra, tal vez una duda, o una protesta. Coloqué mi dedo índice sobre ellos, sellándolos - Shhh... Es una promesa.

***

Han transcurrido más de doce horas desde la desaparición de Anne. Horas agónicas en las que luchaba conmigo misma para no correr y adentrarme en el bosque, desde el mismo momento en que supe que la bestia la había elegido esta vez a ella. Tuve que esperar con una paciencia desmesurada, hasta ver regresar al último hombre que formaba la batida. Esos inútiles jamás la encontrarán, la criatura es mucho más lista que todos esos pueblerinos juntos.

Estaba muy oscuro dentro de aquel enjambre de árboles, sólo los animales nocturnos podrían hallar el camino a través de este laberinto de tierra y ramas. Los animales nocturnos... y yo.

Oí el aullido de un lobo tras de mí, en la distancia, pero eso no me persuadió de continuar. Debía hacerlo por ella. Más sabiendo que era mi culpa y sólo ésta, la responsable de lo que le había ocurrido. Pequé de confiada y orgullosa; mi creencia anclada en la presunción insolente de que los demonios se reconocen entre ellos.

***

- ¿Por qué me has traído hasta aquí? - preguntó Anne a mi espalda.

- Tengo una idea - respondí frente a la tumba de mi padre.

Antes de que el rumor de Joan sobre la identidad de mi padre se esparciera sobre la villa como una plaga de langostas, mis vecinos pensaban que, una mala noche, un forastero violó a la bruja del pueblo y tras hacerlo, siguió su camino, cualquiera que éste fuera. Así también lo había contrastado mi madre a las pocas personas que se atrevieron a preguntar. La realidad fue bien distinta. Mi padre intentó matar a mi madre, pero el que acabó muerto fue él.

Anne se acercó tanto a mí que podía sentir su aliento.

- Aquí es donde me contaste que tu madre enterró a tu padre, ¿verdad? - sus palabras fueron apenas un susurro ceremonial.

- Así es - respondí, contemplando por un momento más, el manto de tierra que cubría a aquel bastardo. Después me volví, enérgica -. Y aquí está mi idea...

- No, qué va, no quiero saberlo - me cortó Anne -. Cuando sonríes de esa forma no te traes nada bueno - dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó el camino de regreso. Su mojigatería infundada me hizo reír.

- ¿De verdad no quieres saberlo? Es una estratagema para caerle bien a mi madre de una vez por todas - tenté, sibilina.

Ladeó su preciosa carita, y me miró con una mezcla de curiosidad y precaución.

- No puedes hablar en serio - viró su cuerpecito menudo y reanudó sus pasos hacia mí -. Yo no le caería bien a tu madre ni en un millón de años. ¡Me odia!

- No te odia. Y no es nada personal. Sólo que cree que las pelirrojas dais mala suerte - su expresión mudó en una mueca de desconcertada incomprensión que le dio un aspecto un tanto ridículo.

- ¿La bruja del pueblo cree que yo doy mala suerte? - inquirió indignada.

No pude más que estallar a carcajadas que, al instante, contagiaron a mi amiga.

Acababa de mentir a Anne, no era la primera vez que lo hacía, ni sería la última, me creía obligada a preservar su confiada inocencia.

La repulsión que mi madre sentía hacia ella no tenía nada que ver con el color de su pelo, o el de sus ojos, aunque había bastado sólo una mirada a estos para condenar su actitud.
El día que la llevé por primera vez a casa, mi madre se volvió con una sonrisa para saludar a mi nueva -y única- amiga. Pero en el movimiento, su gesto quedó congelado en una fría máscara de horror. Calmé a la pobre Anne con excusas inventadas y la acompañé a casa. Al volver, mi madre me pediría de rodillas que jamás volviera a acercarme a esa cría.

- He visto tu muerte reflejada en sus ojos - repetía entre lágrimas y plegarias.

***

El lobo volvió a aullar a mi espalda. Tal vez sólo estaba buscando su cena. Tal vez su cena fuera yo. Tal vez, ésta sea la noche en la que se cumple la profecía de mi madre. Aunque no me importa, si tengo que morir para salvar a Anne, que así sea...


Imagen by The black hat society

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