NADIE ESCAPA A ELLOS (SEGUNDA PARTE)


Segunda parte del relato documentado de Mario Salgado.
Si aún no la habéis leído o queréis recordarla, encontraréis la primera parte aquí.
Quédate con nosotros y descubre el desenlace de la historia.
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Una parte de Vargas no quería hacer el trabajo, quizá fuera culpa de la fuerza de la costumbre; pero su otra parte, ésa que disfrutaba con la planificación de un gran golpe y con la adrenalina que le proporcionaba, le indicaba que debía aceptar. Era una tentación muy dulce, irresistible. Conforme ella lo fue poniendo al corriente de sus instrucciones, el corazón comenzó a latirle con fuerza dando gracias a Dios por aquella oportunidad de otro gran golpe.
Carter explicó que iba a comenzar una nueva relación entre los Estados Unidos y España, que vería su culmen en una cumbre entre Eisenhower y Francisco Franco en las Navidades del mismo año. La CIA infiltró a varios agentes para estudiar las opciones de éxito del encuentro y uno de los operativos descubrió que un importante empresario español, Carlos Ferranz, estaba relacionado con algún tipo de negocios en la Europa del Este. Desgraciadamente, el agente fue descubierto y torturado hasta morir. Y aquí radicaba el problema. El agente, antes de morir, facilitó una serie de nombres, claves y contraseñas que quedaron recopilados en una lista. Ferranz tenía esa lista en una caja fuerte en su despacho de su casa de campo. Y ahí entraba Vargas: su especialidad eran las cajas fuertes.
- No sabemos qué se trae entre manos, pero, desde luego, imagine el daño que podría hacer si la lista cayera en manos de una potencia enemiga – apuntó Carter.
- Por no hablar de que la cumbre entre nuestros dos países se iría al traste – apostilló Vargas –. Bueno, ¿qué hay de mí? ¿Qué garantías tengo de desaparecer de sus registros? Sólo tengo sus palabras.
- Tiene usted razón, y en este momento sólo tengo palabras que ofrecerle, pero déjeme que le diga que, aunque ésta es una misión de la que el Gobierno no tiene constancia alguna oficialmente, lleva el sello del general Vernon Walters, extraoficialmente. Si todo va bien, Walters moverá hilos para que sus actividades ilícitas desaparezcan por completo – ella hizo una pausa ante la mirada dubitativa del hombre –. ¡Vamos, Vargas! Por algo somos la nación más poderosa del Planeta.
Se quedó mirando los ojos azules de la chica. Con una mirada encantadora y una sonrisa de autodeterminación, el ladrón preguntó:
- ¿Cuándo empezamos?
***
El momento elegido para robar la lista de los agentes comprometidos era la noche en que Ferranz daba una recepción en su casa de campo, más parecido a un monasterio que a lo que realmente era. Se trataba de una magnífica edificación de principios del XIX, de dos plantas; rodeada por una inmensa parcela de césped y enormes estanques. No cabía duda de que Ferranz prosperaba no sólo por sus dotes empresariales, sino también por sus buenas relaciones con el Régimen y, quién sabía, quizá con alguna república socialista.
Los hombres de Carter los llevaron a la fiesta en coche. Tenían la consigna de esperar a distancia con el coche a punto, por si acaso hubiera algún contratiempo.
Camino a la entrada, Vargas estaba concentrado en lo que tenía entre manos. El golpe le recordaba a uno que dio en Roma a principios de la década. Pero en éste las opciones de escalada eran casi imposibles. La fachada era demasiado lisa y había mucha distancia entre las ventanas y las cornisas. Por no mencionar que el buen empresario había colocado focos de luces alrededor de toda la casa para realzarla aún más.
- Casi que podemos descartar el exterior – comentó en un susurro a la chica.
Ahora todo dependía del grado de la vigilancia en el interior.
- Los invitados no me preocupan, Ferranz se ha encargado de que todos estén bien distraídos con esos espectáculos de magia y flamenco.
Vargas tenía razón. Los invitados, si no estaban encantados por los números de música y danza con los que comenzó la noche, lo estaban con la colección de obras de arte y todo el lujo en el que se recreaba Ferranz.
Carter y Vargas se retiraron discretamente de la reunión, encaminándose al vestíbulo, donde habían visto una gran escalera. Justo en la misma había un hombre bien vestido, posiblemente contratado por Ferranz como guarda. Carter se adelantó para distraerlo mientras él le daba un fuerte golpe cortante en la base del cuello. El guarda casi cayó encima de Carter, inconsciente.
Sin perder un segundo, subieron raudos las escaleras; otro guardia vigilaba la puerta del despacho. Sin necesidad de intercambiar una palabra, tan solo con la mirada, supieron entenderse. Comenzaron a besarse apasionadamente, mientras se dirigían torpemente hacia alguna habitación. Vargas lo contemplaba de reojo. Carter lo besaba con más fuerza.
El hombre de Ferranz se dirigió a ellos para comunicarles que aquéllo era una zona prohibida, cuando tuvo que frenar en seco al ver la pistola de Carter. Aprovechando la confusión del portero, Vargas le propinó un gancho que lo dejó fuera de juego.
- ¿De dónde has sacado ese chisme? – preguntó con fingida molestia.
- De donde a ti te gustaría.
- Bien… Prefiero no pensar en ello en este momento – comentó, dándole la espalda a ella y centrándose en lo que había al otro lado de la puerta.
Como era de esperar, estaba cerrada con llave, pero eso no fue problema para el ladrón. Penetraron en la oscuridad a tientas, buscando sobre la mesa alguna lamparita de estudio cuya luz no fuese tan llamativa e hicieron bingo sobre la mesa escritorio.
Por supuesto que la caja fuerte no iba a estar visible, pero Vargas, gracias a su experiencia y a lo que estaba observando, no tardó en dar con ella. Ferranz era un hombre muy seguro de sí mismo, creía que él estaba por encima de muchas cosas y eso lo hacía descuidado, no podía decir si mucho o poco; pero con semejante mercancía en casa y sólo confiar en dos guardas en el interior y la cerradura de la puerta… Era muy plausible que la caja estuviera donde siempre debían estar: tras un cuadro. Y allí estaba.
Carter casi saltaba de la excitación. Abrazó a Vargas y lo besó en los labios.
- ¿Forma parte del papel que interpretamos? – quiso saber él.
- Cállate, tonto.
Y por primera vez en mucho tiempo, Vargas sonrió porque quizá, de la tríada, le acababa de encontrar el amor.

Vargas se concentró, puso el oído en la caja fuerte y cerró los ojos. Carter se quedó maravillada con la extremada suavidad con la que movía la rueda de la combinación. Si no fuera por el temor a que fuesen descubiertos de un momento a otro, diría que estaba viendo a un artista ante su obra cumbre, y de pronto… La caja de Pandora se abrió. Para reírse de ellos. No había nada. Estaba vacía.

Continuará

-Mario Salgado-

(colaborador)
Patio del hospital de Santiago, en Úbeda
Imagen by El Giraldillo

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