NADIE ESCAPA A ELLOS (PRIMERA PARTE)


Primera parte del relato documentado de Mario Salgado.

Quédate con nosotros y descubre el desenlace de la historia.

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España, verano de 1959

Sólo hay tres cosas de las que es imposible escapar: el pasado, el amor y la muerte. E inmediatamente supo que, de la tríada, el pasado era el primero que lo había encontrado.
En cierto modo, Vargas no podía frustrarse. Se había acomodado a la vida en aquella tranquila región costera y, tras años de persecuciones, allí había encontrado un remanso de paz. Sin embargo, sus acciones en el pasado tenían un coste y aquella noche parecía ser el momento para rendir cuentas.
Dos hombres, de aspecto extranjero y vestidos con traje, entraron en el restaurante y se sentaron en una mesa junto a la suya. Por la forma de andar, como matones de instituto, y el corte de sus trajes, dedujo que posiblemente eran agentes al servicio del Tío Sam. Vargas permaneció tranquilo, saboreando su vino y el suave sonido de las olas al morir en la orilla. Contó en silencio los segundos, esperando que algo ocurriera. Entonces dio otro sorbo a la bebida. Esto no era la antesala a la muerte, ni a una detención. Estaban esperando a alguien.
Y, de la misma manera que captó inmediatamente las intenciones de aquellos dos hombres, caló a la chica que entró algo más tarde. Era muy joven y guapa, su pelo largo y rubio bailaba al compás de sus caderas. Se tranquilizó un poco al poder comprobar que, por el vestidito veraniego que lucía, era imposible que fuese armada a no ser que la tuviera sujeta a la cara interna del muslo, allá donde la ropa prohibía las miradas.
- Vargas, supongo – dijo ella a modo de saludo.
- Sus amigos vinieron sin suponerlo – repuso él con una sonrisa educada.
Ella se sentó junto a Vargas, dando la espalda a la playa y sin perder de vista la puerta.
La mente de Vargas comenzó a funcionar a pleno rendimiento sobre sus posibilidades. Analizando bien la situación, él era un criminal buscado por autoridades nacionales e internacionales, con una identidad falsa que le había permitido vivir – y muy cómodamente – en el sur de España. Nadie sabía quién era realmente, pero aquellos tres individuos estaban bien informados y, aunque le pesara, su vida dependía ahora de ellos.
- Me llamo Carter y representamos los intereses estadounidenses.
- ¿Sois de la OSS? – preguntó con curiosidad, Vargas.
- CIA – contestó Carter –. Digamos que es una evolución de la OSS, para la cual usted llegó a trabajar en varias ocasiones durante la guerra – la chica hizo una pausa y se inclinó en la mesa en clave confidencial –. Es usted todo un misterio. Nadie sabe cuál es su nombre realmente, ni su lugar de residencia, ni siquiera los datos que tenemos de usted nos aportan información fidedigna sobre su contribución en la guerra. Alguien en las altas esferas se tomó muchas libertades por borrar o hacer impreciso su pasado – comentó ella con una sonrisa.
- En esta vida, tener amigos lo es todo – repuso él despreocupadamente –.  Aunque claro está que no ha hecho un gran trabajo si ustedes me han encontrado. Sí, es cierto – afirmó Vargas -.  He hecho trabajos para su gente, pero le informo que no soy ningún sicario. Si quieren matar a Franco para poner a otro en el Gobierno de España, me parece estupendo, pero búsquense a otro.
- ¿Aunque el pago por ese trabajo implicase precisamente que todas las carpetas a su nombre, desde el Kremlim hasta el Pentágono, desapareciesen? Piénselo. Sería su total libertad y su gran oportunidad de empezar de cero.
- No – contestó tajantemente.
Ella miró de soslayo a los dos agentes situados a la espalda de Vargas y le dedicó una sonrisa a éste.
- Vaya, tenemos aquí a un ladrón de guante blanco con principios – comentó con socarronería –. Puede quedarse tranquilo, Vargas. No le vamos a pedir que mate a nadie – los músculos de Vargas se destensaron –. Vamos a pedirle algo muy fácil para usted y por el mismo pago: libertad.
- No quiero ser maleducado, pero esta cortesía de seda me está incomodando bastante. No sé si me puedo fiar de ustedes.
- Nunca abandonamos a las personas que nos ayudan, aunque éstos a veces se empeñen en desaparecer del mundo en lugares inhóspitos y con nombres ridículos.

                                                            Continuará

-Mario Salgado-

(colaborador)
Imagen by Luis Rodríguez

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