FLEMING (3ª PARTE Y FINAL)


Tercera y última parte del relato documentado de Mario Salgado, dedicado a la figura Ian Fleming, a los 110 años de su nacimiento.

Si aún no la habéis leído o queréis recordarla, encontraréis la segunda parte aquí.

Descubre el desenlace final con nosotros.

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Fleming dejó con tranquilidad la copa sobre la barra y miró a la cara a la muerte. 

- Sería una pena agujerear este smoking que me hizo mi sastre de Saville Row y aún más ensuciar su precioso vestido - comenzó diciendo –, como también lo sería que se interrumpiera esta agradabilísima velada por mis gritos, descontando lo inoportuno de morir. En cuanto a usted, no habría dado ni dos pasos y mis hombres ya la habrían detenido. 

- ¿Sus hombres?

- No pensaría que habría venido solo a esta misión suicida, ¿verdad?

Ella pareció reflexionar y aflojó la presión del cuchillo, momento que Fleming aprovechó para arrebatarle el arma blanca con un golpe seco y certero en la muñeca de la chica. Esta echó a correr por entre la multitud.

Fleming se tomó los dos Martinis de un trago y pidió un tercero. 

Cero continuaba jugando al bacará ajeno a todo lo que había ocurrido.

Ian Fleming comprendió que los nazis habían descubierto el doble juego de Cero y lo estaban usando como cebo para desenmascarar y neutralizar agentes aliados. Pero debía de haber descubierto algo importante, algo que valiera la pena ponerse en riesgo. Si él, Fleming, conseguía la información que poseía, era muy posible que al día siguiente Cero fuese ejecutado por los nazis. 

- ¿Puedo unirme al juego? – preguntó el comandante Fleming a Cero y los demás jugadores.

Cero, que se presentó como Klaus Steinhagger, jugaba con nervios de acero. No apostaba a lo loco, sino que, por el contrario, parecía tenerlo todo calculado. Fleming tuvo la impresión de que, tras aquella máscara de seguridad que tenía, Cero estaba soportando una enorme tensión nerviosa motivada por lo delicado de su situación. Sabía que estaba acabado. 

Fleming encendió uno de sus Morlands. ¿Cómo demonios iba a pasarle la información?

Uno de los jugadores de la mesa se retiró, despojado de todo su dinero, y cedió el cajetín, que con gusto aceptó Cero. Este se dirigió a Fleming.

- Una noche excitante, ¿no le parece? – comentó en un perfecto inglés. 

- Muy divertida, diría yo – comentó cortésmente.

- No todo el mundo ve algo divertido en el riesgo – repuso Cero, repartiendo cartas.

- No todo el mundo ha tenido a la muerte tan cerca.

Cero sonrió con tristeza, sabedor de que quien tenía delante era la persona que lo iba a liberar de la carga de ser un cebo. 

Fleming miró las cartas para sumar su puntuación, cuando vio una pequeña manchita negra en una de ellas. Era extraño que en aquel casino se cometiesen ese tipo de deslices, pues abrían una cincuenta o sesentas barajas nuevas todos los días. Raspó un poco y el corazón le dio un vuelco. Entre la carne y la uña se había quedado esa manchita negra… ¡Maldición, qué ingenioso! Tenía en un dedo uno de los últimos inventos tecnológicos más sofisticados y eficientes del mundo. ¡La información en la punta del dedo índice!

Cero le sonreía desde el otro lado de la mesa. 

- Espero que la suerte le sonría – comentó el agente doble.

- Esta noche, la partida es suya – contestó Fleming. 

Fleming había sacado una puntuación muy inferior a la de Cero. Así que, fingiendo resignación, abandonó la mesa de juego; deseando, de corazón que aquel pobre desgraciado consiguiera salir vivo de aquello.

***

Al día siguiente, Fleming, uniformado, se presentó en el umbral al momento de ser mandado llamar por el almirante. Este estaba de muy buen humor. 

- ¡Siéntese, maldito zorro! – dijo alegremente –. ¡Lo ha conseguido! Y de qué manera… Todo muy en su estilo, por lo que he podido leer en sus informes. 

- Tuve mucha suerte y mucha ayuda, señor – replicó modestamente Fleming. 

- Lo cierto es que, allá por donde va usted, se deja sentir – empezó diciendo Godfrey –. Su incursión en Lisboa ha supuesto el fin de la carrera de esa espía del Abwehr, la Stirlitz. Parece ser que han encontrado un puesto más acorde con ella bajo tierra. 

- Todos sabemos lo que arriesgamos cuando jugamos a esto, supongo – comentó Fleming -. ¿Qué hay de Cero?

- Se encontraron dos cadáveres en su habitación. Dos alemanes que habían bebido y se mataron en una tonta pelea. Pero de él no hay noticias – sonrió maliciosamente el director del NID.

Fleming se alegró en su fuero interno. Ese pobre diablo lo había logrado también. 

- Señor, ¿puedo preguntarle qué contiene el micropunto que nos facilitó Cero?

- ¡Claro que puede preguntarlo! – dijo eufóricamente Godfrey –. Otra cosa es que se lo vaya a decir. Por el momento, es información confidencial que involucra directamente a nuestros hermanos americanos. 

Ambos rieron de buena gana, disfrutando que todo había salido bien. Pero no fue mucho tiempo, la guerra continuaba y no esperaba a nadie. 

Fleming se levantó para salir del despacho, Godfrey se quedó mirando por la ventana. A lo lejos la Union Jack era mecida por el viento.

- Fleming – llamó -, ¿ha pensando qué hará usted después de la guerra?

- ¡Oh! Pues… Puede que escriba mis memorias. 

Godfrey se giró para mirarle.

- ¿No le interesaría seguir viviendo estas misiones tan apasionantes?

- Desde luego, señor. Pero coincido en que se leen mejor que se viven.

Y cerró la puerta tras de sí, para marchar por los pasillos que dirigían el destino del mundo.



Fin

-Mario Salgado-
(colaborador)
Imagen by Face in hole.com, Bárbara S Guerrero

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