FLEMING (2ª PARTE)

Segunda parte del relato documentado de Mario Salgado dedicado a la figura de Ian Fleming, a los 110 años de su nacimiento.

Si aún no la habéis leído o queréis recordarla, encontraréis la primera parte aquí.

Continúa con nosotros para descubrir el desenlace de la historia.


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Curiosamente, una de las tareas de un agente secreto era mantenerse en secreto; pero, desde que puso un pie en suelo portugués, tuvo la sensación de que lo estaban vigilando. A veces ocurría, lo había leído en cientos de informes. Era una especie de psicosis que desarrollaba el agente en cuestión que veía sospechosos en todas partes. Pero Fleming sabía muy bien que los espías conocían los movimientos de otros espías y nadie permanecía en secreto mucho tiempo cuando se dedicaban a este trabajo. 

Ian Fleming era muy consciente de esto y le encantaba esa sensación de peligro acechante que se tramaba entre las sombras. Quizá en algún departamento de la Abwehr se había hablado de él con una carpeta y una fotografía de archivo suya. Podía imaginarse la mano que sobresale del respaldo de una silla decretando la destrucción del espía inglés Fleming.

No obstante, los días transcurrieron sin eventualidades reseñables. Informaba dos veces al día a su oficina, por telegrama cifrado, aparentando ponerse en contacto con la entidad financiera para la cual trabajaba y que ahora representaba en Lisboa, acudía a los mejores restaurantes y pasaba las noches en el casino, rodeado de millonarios, nobles, hombres de uniforme y agentes secretos que por el momento no estaban en las listas de prioridades del NID.

Fue precisamente en el casino, al cuarto día, que apareció Cero. Lo reconoció inmediatamente por la fotografía que Godfrey le mostró en Londres. Era un tipo seguro de sí mismo; caminaba con dos hombres y tres mujeres que lo tenían rodeado por la cintura. Pasaron muy cerca de él y una de ellas se quedó mirándolo coquetamente. 

Fleming se quedó en la barra y llamó al barman.

- Un Martini con vodka – pidió –. Agitado, no batido – el camarero se dispuso a irse cuando Fleming lo interrumpió –. Por favor, es muy importante que no lo agite con brusquedad, licuaría el hielo y le restaría sabor a la bebida.

Tras un “sí, señor”, el hombre desapareció para preparar la bebida. Fue entonces cuando los enormes ojos azules de una de las chicas de Cero, la que se quedó mirándole; lo sorprendió a su vera.

- Un hombre que sabe lo que quiere; me gusta – comentó ella, aprobatoriamente. 

- El Martini con vodka no admite excepciones a la hora de elaborarse – repuso él.

En la mirada de la joven había un aura animal, una naturaleza indómita que lo subyugaba y le hacía arder la garganta. Fleming pidió otra copa para ella. 

- Mi nombre es Lucrece Stirlitz – se presentó.

- Fleming. Ian Fleming. 

Ambos bebieron y rieron, ella sin perder detalle de él. Fleming, con los ojos puestos en ella y los cinco sentidos en la mesa del fondo, donde Cero jugaba. Mientras hablaba con la chica Stirlitz, se le ocurrió la idea de sentarse a la mesa con Cero y jugar, pero ella pareció leerle el pensamiento. 

- Se dice que quien ama el peligro morirá en él. 

- Es posible que lo más peligroso que haya hecho en toda mi vida sea perderme en sus ojos. 

- Puede que tenga razón, Fleming – contestó ella con frialdad –. No haga ninguna tontería o lo mato aquí mismo. 

Fleming dio un trago a su bebida que pareció deslizarse lentamente por su gaznate. Los dientes se apretaron tanto que parecían desencajarle la mandíbula. Ahora estaba seguro de lo que habían hecho con el anterior enlace. ¡Maldita sea! Había estado tan pendiente de los hombres que rodeaban a Cero que no había reparado en su propio talón de Aquiles. Y el puñal se apretaba contra su costado. 


Continuará


-Mario Salgado-
(colaborador)

Imagen by Liebherr.com

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