FLEMING


Primera parte del relato documentado de Mario Salgado dedicado a la figura de Ian Fleming, a los 110 años de su nacimiento.

Quédate con nosotros y descubre el desenlace de la historia.

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Enero de 1941

Eran tiempos donde el destino de un hombre se decidía en las mesas del director de la División de la Inteligencia Naval (NID) o en los labios de una mujer.
El golpe de un dedo sobre un mapa tenía la misma sutil eficacia que un beso o una promesa de amor susurrada al oído, regados por un Grande Année o ahumados por las ingentes cantidades de cigarrillos que esos malditos nazis hacían fumar más por necesidad que por placer… Y el destino, siempre con su elegante sentido del humor, ofrecía el éxtasis a los valientes vencedores –el tan buscado Orgasmo bajo las ásperas sábanas francesas o la Carta ganadora sobre el tapete de una mesa de juegos– o la muerte a los que heroicamente perdieron. Eran tiempos que requerían otro escenario de guerra aparte del campo de batalla: el de los pasillos de algún organismo secreto o las salas de casinos.
Cuando la noticia llegó al jefe del NID, el almirante John Godfrey, éste se recostó en su asiento sopesando cada palabra del informe que acababa de leer, marcado con la estrella roja que indicaba que era un asunto de “Máxima Prioridad” y valorando la decisión que le había cruzado el cráneo como un relámpago. Sonrió a la nada, y pidió a su secretaria que llamara al comandante con carácter urgente.
Como siempre que era requerido, el comandante no tardaba en aparecer en el umbral. Siempre dispuesto, impoluto; con aquella simpática rebeldía que a buen seguro gustaba a las chicas con las que salía. Era alto, apuesto, de complexión atlética – ¡Dios bendiga Eton! – y moreno, con un mechón que caía despreocupadamente por su frente.
- ¿Quería verme, señor? – preguntó.
El almirante no lo hizo esperar, con un gesto de la mano le indicó que tomara asiento frente a él mientras garabateaba su firma sobre algún documento oficial. Godfrey encontraba un placer secreto en ver cómo su muchacho se impacientaba por saber qué clase de servicios se podían esperar de él. Esperando alguna misión peligrosa, en algún lugar exótico… "Este chico no cambiará nunca", solía decirse para sus adentros.
- Le relevo de la Operación Goldeneye, Fleming – antes de que el comandante Ian Fleming pudiera replicar, Godfrey se apresuró a aclarar –. No se preocupe, será sólo algo temporal. Nuestros intereses en España y Gibraltar pueden prescindir de usted unos días. El Gobierno de Su Majestad lo requiere en Lisboa.
Godfrey lo puso al tanto: uno de los más importantes operativos del NID - nombre clave Cero - infiltrado en las altas esferas de la inteligencia nazi, había viajado en secreto a Lisboa, donde debería haberse puesto en contacto con su enlace; pero éste había desaparecido, por lo que Cero no podía facilitar información que podría ser valiosa para el Imperio. La misión de Fleming consistiría en localizar a Cero, entablar contacto con él, extraer la información y salir raudo de allí.
Ian Fleming sacó un cigarrillo, Morlands – una mezcla de tabaco turco y balcánico que hacía expresamente para él una prestigiosa compañía británica – y lo encendió con su Ronson. El asunto era muy feo.
- Supongo que nuestro hombre estará rodeado de agentes enemigos – comentó, más afirmando que reflexionando sobre las posibilidades de éxito –. Aquí van a llover las balas, señor.
- Es seguro que así será, Fleming – contestó con seguridad el almirante –. Pero no todo está en su contra – Fleming arqueó una ceja y Godfrey explicó –. He pensado en usted para esta misión porque Cero tiene unos gustos… ¿cómo decirlo? Peculiares. Como los suyos. Le gustan los deportes extremos, los juegos de azar y las mujeres. Peculiaridades en común que bien podrían facilitar el encuentro entre los dos – Godfrey se acomodó en su sillón –. Pero evidentemente es una misión muy peligrosa.
- Acepto con mucho gusto, señor – contestó Fleming –. Al fin y al cabo, las misiones peligrosas son las únicas que merecen la pena vivirse.
Fleming tenía ya la mano en el pomo de la puerta cuando Godfrey lo llamó.
- Por cierto - dijo –, no voy a malgastar el tiempo en desearle buena suerte, pero deje de fumar esas cosas suyas tan extravagantes.



Continuará

-Mario Salgado-
(colaborador)

Imagen by puzlo.com

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