PRIMERA CITA (PARTE 3 Y FINAL)

Si os perdisteis la segunda parte, pinchad aquí.

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    El coche recorrió unos quinientos metros de camino sin asfaltar. Tras un giro a la izquierda, se internó en lo que parecía una entrada aleatoria a una huerta de naranjos. "Vuelta a la adolescencia", pensé. Tenía que haber elegido la opción uno desde un principio.

    Aparcó en mitad de la arboleda, echó el freno de mano y me ofreció una mirada cargada de intenciones. Me mordí el labio de forma inconsciente. Su cuerpo reaccionó como un resorte, echándoseme encima, el hambre le delataba a través de sus manos impacientes y los labios ansiosos.

    Nos sumergimos en un delicioso caos de caricias lascivas y besos ardientes. Un deseo voraz amenazaba con consumirnos en una suerte de combustión espontánea.

    Una de mis manos se deslizó, traviesa, desde la piel que circundaba su ombligo hasta un territorio mucho más íntimo. Noté como el contenido de sus pantalones aumentaba de tamaño. Mordí, con deliberación, el lóbulo de su oreja al tiempo que aumentaba la presión de mi mano. Un sonido gutural y exquisito escapó de sus labios. Con mano experta accionó el mecanismo de mi asiento para que este se respaldara por completo, quedando su cuerpo extendido sobre el mío, a solo unos centímetros de separación. Medité una vez más sobre lo que estaba apunto de ocurrir, pero ningún pensamiento lógico acudió a mi mente; los engranajes del deseo son imposibles de detener una vez accionados.

    Su boca dejó a la mía huérfana de besos para deslizarse, mediante una exquisita cadencia, por el perfil de mi barbilla, cuello, garganta... detuvo su recorrido de improviso y casi se me escapa un gruñido de desaprobación. Abrí los ojos - no fui consciente del momento exacto en el que los había cerrado - y atisbé unos ojos brillantes que destacaban en la oscuridad como los de cualquier otro depredador; sonrió de un modo que haría sonrojar hasta la más casquivana de las meretrices. Observé con deleite como sus dientes atrapaban la  hebilla de la cremallera que sellaba el escote del vestido y la bajaba lentamente.

    Por Dios, y yo que estuve a punto de perderme esto.

    Sus manos expertas liberaron mis pechos. A unas caricias que erizaron todo el vello de mi piel, les precedió el trayecto de su lengua dibujando la superficie de mi areola. Disfruté con primoroso deleite, cuando sus boca succionó, con una delicadeza feroz, mi pezón. Clavé las uñas en el asiento y mi respiración se fue haciendo más entrecortada cuando sus besos comenzaron a descender, poco a poco, hasta llegar a la cara interna de mis muslos. Lo que su boca y su lengua hicieron después en aquel lugar donde confluyen, en una espiral tortuosa, el deseo y el instinto, me resulta harto difícil de explicar con palabras. Un gemido hosco surgió de mi garganta, al tiempo que todas las articulaciones de mi cuerpo se tensaban para un instante después quedarme lánguida y extasiada, desmadejada como un títere al que han cortado los hilos.

    Me incorporé hasta quedar sentada, nos miramos como niños traviesos, mi sonrisa se transformó en una risita nerviosa, después me acerqué a él y le besé con una intensidad insaciable.

    - Mmmm... sabes a mí - le dije en un susurro, provocadora.

    Mediante una torpe coreografía acompañada de risas de timbre infantil, cambiamos la posición de nuestros cuerpos, hasta quedar, esta vez, él sentado y yo a horcajadas sobre su regazo. Nuestros rostros estaban apenas a un centímetro de separación, tomé el suyo entre mis manos, disfrutando de las diferentes texturas de su piel; desde la suavidad de su pómulo hasta la deliciosa aspereza de una barba de tres días, que ya había dejado una impronta sobre mi piel más delicada. Sentir su aliento tan próximo me resultó muy excitante. Clavé la vista en sus ojos, su mirada estaba empañada de deseo.

    Mi mano derecha buscó con ansia aquella parte de su cuerpo que desataría el desordenado bucle de nuestros anhelos. Con una caricia recorrí la tersura de su contorno. él ladeó levemente la cabeza en un gesto rápido y apremiante. Mediante un movimiento dolorosamente lento, le guié hacia mi interior. Gimió de placer cuando comenzó a penetrar en mí, ralenticé el proceso deliberadamente, saboreando cada delirante segundo. Comencé a contornearme sobre él, mientras la avidez de sus ojos me alentaba a continuar de un modo más urgente, feroz. Nuestros gemidos acompañaban a cada movimiento, conformando una canción apasionada y antigua. Su respiración comenzó a hacerse más profunda e irregular; podía sentir su placer hirviendo en su interior, a fuego lento, destilándose por un alambique de frágil cristal.

    Siempre pensé que eso de correrse a la vez, no era más que una leyenda urbana, u otra invención de las muchas de los productores de Disney, que habían causado infelicidad en nuestras vidas de aquella manera tan deliberadamente cruel. Pero quién iba a decírmelo, esta vez ocurrió. Nuestros cuerpos respondieron al unísono a la culminación alcanzada. Nos quedamos mirándonos con una sonrisa bobalicona. Le besé con fruición, disfrutando de su almizclado sabor, del mío propio, de la combinación de ambos.

    Tan solo unas horas antes había decidido descartar cualquier contacto físico, como una ley marcial que había que cumplir fielmente. Pero, a veces - y por fortuna -, la vida nos sorprende, y acabamos por sucumbir a todo lo que en un principio negociamos que nunca ocurriría. ¿No es increíble?

    Y si volvería a verle o no.... bueno... eso ya es otra historia.


*Texto original de Patricia Rúmez*

Manos entrelazadas, de manera apasionada, sobre la sábana. Blanco y negro.
Imagen by En Pareja

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