Primera cita (Parte 2)

Si os perdisteis la primera parte, pinchad aquí.

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     Elegimos una mesa situada al fondo, en un rincón un tanto apartado del resto de clientes del local. No tardé en descubrir que no solo era atractivo, sino también increíblemente simpático, incluso gracioso. Nunca me había reído tanto en una cita. Los temas de conversación oscilaban entre variopintas anécdotas de nuestros trabajos, el descubrimiento de gustos en común, hasta la mención de seres queridos; me confesó la relación tan especial que mantenía con su hermano.


      Creía haber desterrado el nerviosismo inicial, al cabo del primer par de horas gastadas en el intercambio de palabras, pensamientos y risas. Comencé a sentirme más relajada, confiada, segura de haber tomado al fin las riendas de mi voluntad y actos... Vaya ilusa.



        En un determinado momento de la conversación, me dijo algo que no alcancé a oír, y no me pareció que el volumen de la música fuera la causa. Le pedí que me lo repitiera. Entonces dibujó una media sonrisa que acompañó con una mirada traviesa repleta de sugerencias. Cambió de posición en el asiento, aproximando su figura a la mía. Inmediatamente, todo mi organismo se puso en alerta. Acercó su rostro a mi oído para que esta vez, sí pudiera oír lo que tenía que decirme. Sus labios rozaron ¿accidentalmente? el lóbulo de mi oreja, toda una corriente eléctrica atravesó mi columna vertebral. Al finalizar el curso de sus palabras, con deliberación, sentí su aliento en mi cuello y la estampa de un beso, desencadenando una reacción en cadena que erizó todo el vello de mi piel. Le observé en su lento retroceso hasta volver a su asiento, sus ojos contaban historias sobre "fantasías húmedas" que me hacían sonrojar hasta las pestañas. Por suerte, la segunda copa estaba surtiendo su efecto adormecedor de vergüenzas y voluntades, de lo contrario, habría tardado en reaccionar mucho más de lo esperado y me habría quedado allí parada con una deshonrosa expresión bobalicona.



     Continuamos con nuestras conversaciones y risas, con la salvedad,de que cada vez nuestras presencias se acercaban más la una a la otra durante el intercambio de ideas, nuestras miradas tornaban de curiosas a cómplices y las sonrisas compartidas sugerían un deseo que iba creciendo a ritmo acelerado. Durante la tercera y última copa, la separación de nuestros cuerpos se hizo insoportable y tras un intercambio confidente de miradas, mis manos no resistieron más la necesidad de acariciar su rostro. Él respondió al movimiento acercando su cara a la mía y propinándome un beso caliente y húmedo con esos labios llenos y suaves. Al concluir, nos miramos a los ojos, sabedores de lo que aún estaba por ocurrir.



      Salimos del local con paso lento ,muy cercanos el uno al otro. Llegamos adonde estaba aparcado su coche. Me abrió la puerta del copiloto para que me sentara, y la cerró él mismo. Pensé, cual boba embelesada, que no se podía ser más mono. Tras situarse frente al volante, su semblante risueño mudó en una sonrisa lobuna, y me dijo con voz meliflua: "tenemos tres opciones y puedes elegir la que quieras: 1, te llevo a tu casa; 2, vamos a mi casa (aunque mi cuerpo lo deseaba y casi gritaba por ello, decidí, casi de inmediato, que lo mejor sería descartar esa opción); 3, podemos ir a cualquier otro sitio a seguir hablando". "La 3", contesté no muy convencida de mi elección.



         Por lo visto, antes de salir hacia ese otro lugar para hablar, aún teníamos otras cosas que hacer. Encorvó su torso hacia mí con la intención decidida de besarme. Contuve la respiración; siempre he creído que el instante previo al beso es como mirar al vacío desde un acantilado, algo terriblemente bello y aterrador a un mismo tiempo. Mientras sus besos provocaban en mí una vorágine de emociones disolutas, percibí cómo posaba su mano izquierda en mi rodilla y lentamente ascendía hacia mi muslo en una caricia henchida de ofrendas al anhelo. Con la rapidez de un rayo, interpuse una mano entre nuestros cuerpos y presioné su pecho con firmeza hasta lograr la separación necesaria entre ambos, para poder resolverme con lucidez. Con voz afectada, le dije: "mejor llévame a mi casa".

      No me considero ninguna mojigata, pero jamás he practicado sexo el mismo día de conocer a una persona. Me parece genial y completamente respetable que otras personas lo hagan, pero ese no era mi estilo. ¿Hasta el momento?

      Como todo un caballero, me acercó hasta la puerta de mi casa. Le dije que me lo había pasado muy bien, y toda inocencia, torcí la postura para besarle los labios por última vez. Movimiento equivocado, pues él me respondió con un beso profundo y abrasador que nubló todo mis sentidos. Cuando noté el tacto de su mano marcando como lava ardiente la cara interna de mis muslos, hacia ese lugar encumbrado por el deseo, ya no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera el olor almizclado de su piel, la indisciplinada impronta de sus manos y el sabor de su boca; y para cuando empecé a imaginar esa misma boca rubricando otros lugares de mi cuerpo, me sorprendí a mí misma pidiéndole que fuéramos a otro sitio más apartado, para... para ... ¿cómo decirlo?... ¿hablar?


*Texto original de Patricia Rúmez*


Una mano masculina acaricia unos muslos femeninos. Relato erótico
Imagen by  Irina Munteanu 

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