DESTERRADA

Salió, como cada noche, a alimentar al gato que tenía intención de atrapar para darle una vida mejor. Siempre se decía a sí misma que el gato tenía que caer de una vez; estaba agotada física y mentalmente por muchas cosas. Y allí estaba, mirándola curioso, pero desconfiado. 

Se oyó un maullido intenso, agudo. El gato estaba serio, observando. ¿Entonces…? Se asomó al pequeño agujero que habían abierto en la pared tapiada, para que el animal pudiera resguardarse en algún lugar del frío, el tráfico y las personas con malas intenciones. Y lo vio. Era pequeño, mucho, y maullaba insistentemente mientras levantaba la pata hacia ella, como pidiendo ayuda. Se arrastraba sobre sus patas traseras, casi inertes. 

Se cagó en su suerte y en su vida.

El felino al que solía alimentar no se separó del lugar durante las horas que duró el rescate de su pequeño congénere, en el que hubo que involucrar a los bomberos. Ese animal sólo podía haber acabado allí de la mano de un ser muy poco humano.

No podía dejar de visualizarlo en su memoria, tan pequeño, arrastrándose, encerrado en un agujero oscuro sin salida, alzando la pata sin poder salvarse a sí mismo. Así era exactamente como se sentía ella: desterrada.




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Heron, gatito siamés rescatado, ya en el veterinario esperando ración de caricias.
Imagen by Sasha Díaz Lozano

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