LA VIDA EN PALACIO

El rey caminaba despacio por los jardines de palacio. Disfrutaba de la luz, de aquella mañana de primavera, reflejada en los naranjos que crecían en los parterres atestados de flores. Se escuchaba el limpio cantar de los jilgueros, que parecían llenar el aire de alegría y jolgorio, mientras los niños corrían al otro lado de la fuente y las doncellas hablaban y reían escuchando el dulce son de una mandora. 

Extasiado ante tan hermosa estampa el rey llegó a la Sala de la Justicia. Diferentes consejeros y notables rodeaban la habitación en cuyo centro dos guardias escoltaban a un reo, de ropajes sucios y raídos, arrodillado y tiritando de miedo y dolor. El monarca dirigió una mirada condescendiente a los ocupantes de la sala y espetó: 

—Nadie conspira contra el rey. ¡Ejecutadlo! 

Uno de los guardias sacó su alfanje y seccionó la cabeza del ajusticiado de un golpe. La sangre comenzó a manar de su cuello a borbotones, en todas direcciones, hasta que el torso cayó, pesadamente, al suelo. 

El aire, impregnado de azahar hacía un momento, se tornaba irrespirable con el repugnante hedor de la muerte. Ya no se escuchaba en palacio el suave son de la mandora.



Cuadro La matanza de los Abencerrajes, del pintor Mariano Fortuny. Muestra a la familia muerta en el Patio de los Leones de la Alhambra, el lugar donde fueron asesinados
Imagen by Alhambra de Granada
La matanza de los Abencerrajes (pintura de Mariano Fortuny-1870)

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