LA PROMESA
Siempre me prometió que estaría ahí.
Pintaba en sus pequeños lienzos paisajes, quizá lugares que se alojaban en los límites de su imaginación, donde la naturaleza daba rienda suelta a su insólita belleza y su indomable violencia. Lugares donde poder esconderse, donde poder ser libre. Y mientras sus manos cambiaban de pinceles y mezclaban colores, como solo alguien que ha consagrado su vida a ello sabe hacerlo, cantaba anécdotas y lecciones de vida, con sus cansados ojos siempre posados en el horizonte.
Tenía la piel morena y curtida por el sol de sus paisajes y una sonrisa perpetua del hombre a quien la vida le había confiado su secreto más importante.
Nunca le escuché una referencia a la política, a la religión… ni siquiera al fútbol, aunque de vez en cuando decía pertenecer a un equipo para parecer «de este planeta». Estaba más preocupado por ser él mismo, por sus paisajes y por la mujer que lo esperaba al otro lado de su imaginación. Aunque ese punto tampoco lo tenía muy claro, porque quizá era él quien la esperaba a ella.
Y se reía.
Se reía de todos los problemas excepto de los serios, porque según él había algunos muy tontos que nos despistaban y nos hacían olvidar quiénes somos en realidad.
Un día decidió hacer un viaje de ida, porque él era de hacer planes a lo loco, era «su» parte fundamental de la aventura de vivir. Se fue a alguno de esos paisajes que dibujaba, no me dijo cuál para que no lo siguiese. Y me enfadé con él. Porque todo lo que viví con él, sus pinturas, sus consejos… todo, no había sido más que una bonita mentira. Al final me había dejado solo, como tantos otros en mi vida.
Pero yo estaba cegado.
Porque nunca me prometió una victoria, solo que siempre estaría ahí.
Y cumplió su promesa.
Porque siempre habitó en sus cuadros, cantando anécdotas a la naturaleza y enseñándome desde los límites de su imaginación.
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Imagen by Michael Swan |
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