¡Póngame una tapa!


—¡Póngame una tapa! 

—¿De qué la quiere? 

—¿De qué la tiene? 

—¿De qué le gusta? 

Respiro hondo, empezamos mal. 

—¿De tortilla? 

El camarero me mira como si hubiese dicho la mayor blasfemia del día, y con el aire de superioridad moral que otorga estar en posesión de una de las listas de tapas más largas de toda la ciudad, se dirige a la cocina sin mirarme y sale con la tapa de tortilla y un tenedor pinchado encima como si se tratase de un toro al que acaban de clavar una banderilla. 

—¿Alguna cosa más desea el caballero? 

—Sí, ¿me puede traer un poco de pan? 

Se hace un silencio incómodo. 

—También tenemos bocadillos de tortilla, para consumir aquí y para llevar… 

—Pues… póngame un bocadillo para llevar… 

—Tapa de tortilla, bocadillo, pan, cubierto y una cerveza… 15 euros. 

La cara que se me debió quedar lo decía todo, ¡quince euros! ¡Si además yo no quería un bocadillo! Ya me decía mi madre que algunas veces parezco tonto. 

Pagué con resignación de mártir y salí del bar murmullando:

—Una tapa, ¿quién me manda a mí, con lo a gusto que estaba en mi casa con la tortilla que hice ayer?. 

Tapa de tortilla española
Imagen by clm24.es





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