SILENCIO

Como si de un sexto sentido se tratase, mis ojos se posaron en su caminar. 

Amparado en la distancia y en el camuflaje improvisado que me ofrecían los transeúntes, me convertí en un cazador furtivo de sentimientos e imágenes. Ella tenía algo que me hacía imposible seguir mis pasos, algo que incitaba a seguir observando; intentando dilucidar de qué se trataba. Y sin explicación aparente, en mi interior, sentía miedo y derrotismo. 

Los años habían sido buenos con ella, al menos físicamente. Continuaba siendo la chica de vaqueros y Converse que conocí en la facultad, dando la impresión de que el tiempo se detuvo para ella cuando pusimos un punto final a nuestra historia. 

Paseaba entre distraída y preocupada, como si intentara aparentar normalidad. Era improbable que me hubiese visto, pero tampoco imposible. Quizás intuía. Quizás era otro sexto sentido… Y el corazón continuaba dándome vuelcos de tensión, nostalgia, miedo y pena. 

Quizás eran sus hombros. Echados considerablemente hacia delante, como quien lleva un peso sobre sus espaldas, del que es esclavo de por vida. El peso del Pasado. Ese Pasado que nunca, o casi nunca, rescata lo malo vivido, sino, todo lo contrario: la felicidad que alcanzamos con los dedos, el brillo en los ojos reflejados en los de la otra persona por el grandísimo tesoro que la Vida nos había puesto delante, la mordida en el labio inferior por no creer que la Vida te está regalando este momento… 

La sonrisa del «quiero intentarlo». 

Sí, es mucho peso. 

Pasó por delante de mí sin pestañear. Con indiferencia y altivez, tanta que hasta me pregunté si me había visto. Ella ralentizó el paso hacia su destino, como si esperase que alguien la llamara y la detuviera; como si una nueva oportunidad la fuera a coger del brazo. 

Pero si yo soy una oportunidad de algo, soy la de «dejar vivir». 

Continué mirándola durante un tiempo, escuchando sus pasos, como los del tañido de una sentencia. Nadie más lo escucharía, era una sinfonía dedicada solo a mí. 

Y entonces me di cuenta de lo que me estaba dando miedo. 

El silencio. El insoportable silencio que la rodeaba. 

El silencio con el que yo la había contemplado. 

El silencio que la acompañaría de por vida. 

El silencio que se guarda a la felicidad difunta. 

Mi silencio. 

Ese silencio en el que le deseaba lo mejor, a sabiendas de que eso nunca pasaría.

*Este relato fue publicado por primera vez el 17 de marzo de 2019.


Unos pies descalzos caminan por una carretera buscando su lugar en el mundo
Imagen by Nautilusalpajes


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