POETA

Era poeta y había perdido su corazón. 

Lo buscó en los lugares más insospechados, allá donde nadie encontraría nada: En el humeante café de la mañana, en las historias que se cuentan frente a la barra de los bares. 

Nada. 

Pasó incontables noches en vela buscando algún recuerdo, releyendo viejas novelas y cartas olvidadas, pero tampoco estaba allí. 

A veces creía vislumbrar algo y, entonces, su estilográfica volaba sobre el papel con la misma magia que el músico toca las primeras notas de lo que será una gran sinfonía. Todo acababa con una maldición y una desesperación que le acompañaría durante eternas horas. 

Necesitaba poner su corazón en lo que escribía pero ya no era suyo. 

Sus pasos lo llevaron a quien había sido el amor de su vida, su hombre. Lo encontró en la calle, paseando con alguien. No se atrevió a saludarlo, su felicidad era una prohibición para él. 

Y aquel maldito folio inmaculado continuaba esperándolo… 

Quiso escribirle, saber de él, tener algo –aunque solo fuese una palabra-, que abrazar por las noches. Algo. 

Y en una de esas, se sorprendió escribiendo los versos más hermosos que ningún hombre en el mundo escribiría a su chico, con la esperanza de que algún día, aquellos poemas llegasen al corazón del amor que se marchó. 

Pero no fue así. 

Puso toda su ilusión en ello, sacó lo más bonito de sus entrañas y cuidó cada palabra, cada suspiro al milímetro. Pero los abrazos de su chico nunca regresaron. Eran de otra persona y tenía que aceptarlo tal cual. 

No desistió. Continuó escribiendo. Hasta que se dio cuenta de que ahora era el Mundo quien quería conocerlo y abrazarlo por su forma tan especial y sincera de sentir. 

Su dolor lo acompañaría hasta el final de sus días pero fue el poeta que puso palabras a nuestros sentimientos. 

Y sus versos, el comienzo de nuestras ilusiones más tiernas.

*Este relato fue publicado por primera vez el 16 de febrero de 2019.

Dos manos se encuentran para darse un corazón simbólico
Imagen by Adimvi

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