En buenas manos
Su corazón siempre había sido fuerte, sano, valiente y muy grande para albergar tanto amor. Desde pequeñita cuidó de gatos, perros, pájaros, ratones; todo animal que encontraba lo llevaba a casa para asombro de su madre que tenía que buscarles casas hechas con cajas de cartón o lo que encontrara en ese momento.
Estudió veterinaria, por supuesto, aunque bien hubiese podido ser enfermería o medicina. Al poco tiempo de terminar la carrera se fue de voluntaria a un proyecto de una «ciudad animal» que empezaba a dar forma un amigo y que le ocupaba casi todo el día.
Era feliz, tenía suerte. Caminaba con decisión y paso firme, incluso a veces cruzaba la calle en un suspiro de ligereza; fue en ese momento cuando ese coche también cruzó sin mirar, ninguno se vieron a tiempo…
Su madre sabía de sobra lo que ella hubiese querido en ese momento y así lo hizo; firmó el consentimiento con lágrimas en los ojos y en el alma, pero con la certeza de que estaba haciendo lo correcto y de que su hija también estaba realizando su último acto de amor.
Su corazón volvía a latir, volvía a dar vida, volvía a estar en buenas manos.
* A todos los donantes de órganos y sus familias, en el Día Mundial del Trasplante de Órganos.
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