DE ESCRITORES Y SUS MUNDOS

Siempre pensé que las grandes historias comenzaban en una de esas cafeterías, repleta de libros y cómodos sillones desde donde ver, a través de los ventanales, lo que piensan los transeúntes. Uno de esos lugares con sabor a tinta y sepia y con la esencia de quienes se han cansado de vivir y ahora solo reflexionan, como quienes se condenan a rezar por todos los errores que se comenten en la vida.

Y en mitad de todos nosotros  —cuatro jóvenes y cansadas almas que bebían café hasta donde nuestros posibles podían alumbrar—, estaba aquel hombre; el escritor que nunca escribía. 

Siempre estaba allí, daba igual el tiempo o el tiempo, siempre estaba. 

Armado con un café y sus pensamientos, perdía la mirada en algún momento de la vida mientras la sombra de una sonrisa se le dibujaba en el rostro. La sonrisa de alguien que ha descubierto algo que solo él sabe. A veces reposaba junto a él un pequeño cuaderno de notas que nunca abría, tan solo lo contemplaba y lo acariciaba. 

Era una relación curiosa: el Mundo ni siquiera se había molestado en condenarlo al ostracismo, pero él tampoco se había molestado en condenar al Mundo. Tan solo lo examinaba y se divertía. Algún alma, bien por caridad bien por atracción, se envalentonaba y decidía darle conversación, a lo que el escritor lo acogía amablemente y participaba activa y amigablemente.

Entonces me envalentoné yo. 

Tras unas breves frases de cortesía, comenzamos a compartir pensamientos y sentimientos, bajo la acechante e incómoda presencia del cuaderno, algo que pareció despertar la simpatía del escritor. 

Y me confesó la horrible verdad: abrir el cuaderno era mandarlo todo al carajo. Y no quería correr el riesgo de que el mundo que había creado se deshiciera, porque, a fin de cuentas; las grandes historias comenzaban en la profundidad de mis ojos y en los límites de mi sonrisa.

Abrió el cuaderno y desapareció.

¿Creó un mundo? ¿O el Mundo lo creó a él?

Extraño «Dramatis Personae» que integran los actos de esta vida, de este mundo, que se vuelve loco en todo lo que ya no piensa, no siente o no vive.

Las grandes historias comenzaban en quienes aún tenían el valor de escribir algo.

Una taza de café reposa junto a un libro de páginas inmaculadas preparadas para crear
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