LA BESTIA DE LA CUEVA

Según se esfumaban en la oscuridad los últimos e intermitentes resplandores de mi antorcha, resolví no dejar piedra sobre piedra, ni desdeñar cualquier posible medio para escapar; así que prorrumpí en una sucesión de gritos tremendos, a pleno pulmón, con la vana esperanza de llamar la atención del guía. Sin embargo, mientras vociferaba, tuve la sensación de que mis gritos resultaban un despropósito, y que mi voz, aumentando y reverberando por las innumerables paredes del negro laberinto circundante, no llegaba a otros oídos que los míos. Sin embargo, a una, mi atención se volvió sobresaltada hacia un sonido de suaves pasos que imaginé escuchar acercándoseme sobre el suelo rocoso de la cueva. ¿Era inminente mi salvación? ¿No había sido entonces todos mis horribles temores otra cosa que naderías, y el guía, habiéndose percatado de mi inexplicable ausencia, había seguido mi rastro, buscándome a través de este laberinto calcáreo? Mientras aquellas preguntas felices brotaban en mi interior, estuve a punto de reanudar mis gritos para acelerar mi descubrimiento; pero en un instante mi alegría se troncó en horror al volver a escuchar, ya que mis siempre agudos oídos, ahora finados aún más por el completo silencio de la cueva, dieron a mi entumecido entendimiento la inesperada y espantosa certeza de que aquellas pisadas no sonaban como las de un ser humano. 

[...]

Con un sobresalto, recordé que, aun en el caso de lograr matar a mi antagonista, nunca llegaría a contemplar su apariencia, dado que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y no tenía encima ni una cerilla. La tensión mental se volvía ahora espantosa. Mi imaginación desbocada conjuraba formas odiosas y temibles en la siniestra oscuridad circundante, que parecían ya casi presionarme. Las espantosas pisadas se acercaban, cerca, más cerca. Creo que debí lanzar un grito, aunque de haber sido en verdad tan timorato como para hacerlo, mi voz apenas debió responderme. Estaba petrificado, clavado al sitio. Dudaba de que mi brazo derecho me respondiera lo bastante como para disparar sobre el ser llegado en el momento crucial. El inexorable, pat, pat, de pisada está al alcance de la mano, ya muy cerca. Podía oír el trabajoso resuello del animal, y aterrorizado como estaba, aún llegué a comprender que venía de muy lejos y estaba por tanto fatigado. Repentinamente se rompió el maleficio. Mi brazo derecho, guiado por mi siempre fiable oído, lanzó con todas sus fuerzas el pedazo de caliza, de bordes agudos, que sostenía, impulsándolo hacia el lugar de la oscuridad de donde provenían resuellos y pisadas; y, por increíble que parezca, estuvo a punto de alcanzar su objetivo, ya que escuché brincar al ser, yendo a cierta distancia y pareciendo detenerse allí. 

Reajustando el tiro, lancé el segundo proyectil, esta vez con mejores resultados , ya que lleno de alegría oí cómo la criatura caía de una forma que sonaba a desplome, quedando sin lugar a dudas tendida e inmóvil. [...] Bruscamente escuché un sonido o, mejor, una sucesión regular de sonidos. Al instante siguiente se había convertido en un golpeteo claro y metálico. Ahora no había duda. Era el guía. Y entonces grité, chillé, vociferé, incluso aullé de alegría contemplando en los techos abovedados la luminosidad débil y resplandeciente que yo sabía era el reflejo del brillo de una antorcha aproximándose. 

[...]

El guía había empuñado su pistola con la evidente intención de rematar a la criatura, cuando un inesperado sonido lanzado por esta última le hizo abatir el arma sin usarla. Aquel sonido era de naturaleza difícil de explicar. No era como los tonos normales que emiten las especies de simios conocidas, y me pregunté si aquella cualidad antinatural no sería el fruto de una larga estancia en silencio total, roto al fin por la sensación provocada por la llegada de luz, algo que la bestia no había visto desde su llegada a la cueva. 

[...]

Y entonces se disipó el miedo, suplantado por el asombro, espanto, comprensión y reverencia, ya que los sonidos lanzados por la figura herida que yacía sobre el suelo calcáreo nos habían susurrado la terrible verdad. La criatura que yo había matado, la extraña bestia de la inexplorada caverna, era o había sido en tiempos, ¡¡¡un HOMBRE!!!

-H.P.Lovecraft-
Condensado del relato The Beast of the Cave, publicado por vez primera en 1905. 
Esta edición pertenece a la compilación española realizada por la editorial Valdemar, Narrativa completa de H.P.Lovecraft. VolI. (2017).

Imagen by J.K.Potter (para la revista Heavy Metal)



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