EL CALLEJÓN


Las calles se estrechaban a mi paso en una noche oscura, solo alumbrada por la suave luz de una vieja luna. En ese momento, tuve la certeza de encontrarme donde debía. Había recorrido cientos de kilómetros para redescubrir aquel callejón largo y angosto, aquél en el que jugaba de niña y en el que leí años más tarde, que si permanecías inmóvil, los ojos de un ser divino te atraerían para llevarte consigo hacia el lugar que tu mente inconscientemente quería. Me tentaba la idea de saber qué buscaba realmente en la vida; siempre tan sola, siempre tan perdida… La zancada cada vez más reducida, la oscuridad inmensamente profunda y, al divisar una ventana enorme de rejas barrocas al fondo, unos ojos que brillaban como canicas cerúleas hacia el frente, parando mi marcha. Cerré los ojos sin pensarlo y, de repente, noté calma. Ese azul aparecía de nuevo desbordando ahora, no solo unos ojos, sino el lugar entero. Una sonrisa inundó mi alma; allí, a lo lejos, mi padre, mi chiqui, mi hermana...
Calle oscura
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