VOTA, COÑO
Se quedó sin ejercer su derecho al voto por sólo unos días, cuando cumplió 18 años. Hacía ya tiempo que tenía ganas de introducir esa papeleta infinita en la urna transparente. Los chicos de su edad querían sacarse el carné de conducir; ella quería votar. No le gustaba la política, pero sabía lo que quería, lo que veía justo y lo que no podía ni debía ser. Pero tuvo que esperar cuatro años más.
Sus ideas siempre fueron claras. Y fue a votar, una y otra vez. Nunca faltó desde entonces, ni siquiera cuando estaba lejos. Aquello no era sólo un derecho: era una obligación consigo misma y con los demás. Votaba con ilusión, votaba con ganas, votaba llena de deseos y sueños; pero también votaba con rabia, con enfado, con impotencia.
Era una hormiguita, pero… ¿y si todas las hormiguitas se juntasen? Creía firmemente que se podía hacer un país mejor, más justo, más sano, más vivo, más… más. Y decidió no votar más con odio, sino luchar contra el odio, porque sólo así se podían cambiar las cosas.
Y esperó aquel domingo como quien espera el día de Reyes.
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Imagen by Vota, por favor |
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