La última lección


Nunca pensé que la última imagen que tendría de él sería la de su féretro siendo introducido en aquella horrible cavidad. Con unos cuantos dándole el último adiós entre lágrimas, cuchicheos y algún que otro chiste que brinda la oportunidad, mientras que los restos mortales de quien fuera mi profesor son depositados en su última morada como si su vida fuese una carpeta más en un archivador. 

“Aquí yace fulanito de tal. Tu familia y amigos…” Ya, claro. Aquí descansa toda una jodida vida de trabajo, sacrificio, entrega y muy pocas recompensas. Tu familia te odiaba, tus alumnos (mis compañeros) no te saben ya ni el nombre; y tus amigos te han estado criticando porque quisiste ser feliz, porque quisiste darte otra oportunidad. 

Contemplo a la tropa que le llora, que sustituye los chistes por semblantes preocupados y pésames hipócritas. Decido irme antes de que me vea obligado a participar en esa desgarradora pantomima. 

La ironía toma forma de una solitaria mujer, protagonista de la distancia, que demuestra mucho más pesar en sus enormes gafas negras y en la comisura de sus labios que cualquiera del grupo. 

Camino a la salida, buscando un café o algo que me queme las entrañas y la indignación. La mujer solitaria me sale al paso. Se aferra a mi brazo como si yo fuese el último vestigio vivo que quedase de él. 

Compartimos tiempo, recuerdos, sentimientos y el aroma del café. 

Le digo lo que pienso, que la vida es injusta porque él no tuvo tiempo de ser feliz realmente, porque consagró toda su vida a su trabajo sin obtener ni una merecida recompensa por sus logros y le confieso mi temor a una vida triste, solitaria e ingrata como la suya. 

Pero ella me sonríe como si fuese un niño pequeño. Su voz dulce calmaría a los ángeles. 

Y entonces comprendo. 

No todo estaba perdido. 

Él había conocido el verdadero amor en ella, pese a las críticas de la envidia; y había obtenido la recompensa en aquellos alumnos que habían sabido salir adelante y que ahora lamentaban sinceramente su pérdida. Había conseguido reunirse con gente que lo había amado, respetado y admirado de corazón. 

Así que por este motivo estoy aquí. Porque ni la Muerte le iba a impedir impartir su última lección. 

Tampoco impedirá que yo sea siempre su alumno. 

Doy gracias por ello. 

Un reloj de bolsillo con números romanos sigue contando el tiempo enterrado en la arena
Imagen by Scuolissima



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