Y ningún pájaro canta

[...]

Jamás había conocido esa sensación de soledad profunda. Sabía que Hugh avanzaba en paralelo conmigo, a sólo cincuenta metros, y si detenía mi avance podía oír débilmente sus pasos sobre las hojas de haya. Pero al mismo tiempo, en ese lugar oscuro me sentía como si estuviera completamente apartado de toda compañía humana; el único ser vivo que acechaba allí era esa monstruosa y misteriosa criatura maligna. Tan juntos estaban los árboles unos de otros que no podía ver más allá de diez metros en ninguna dirección; todos los lugares exteriores al bosque parecían infinitamente remotos, e infinitamente remoto me resultaba también todo lo que me había sucedido en la vida humana normal.

En ese lugar antiguo y maligno me sentía desprovisto de todas las experiencias sanas. La lluvia había cesado, ya no susurraba en las copas de los árboles, ya no era un testigo de que existía un mundo y un cielo exteriores, y sólo algunas gotas caían desde los árboles sobre las hojas de haya.

De repente oí la señal de la escopeta de Hugh, seguida por un grito.

—He fallado —gritó—. Va en tu dirección.

Le oí correr hacia mí, sobre las crujientes hojas de haya, y sin duda sus pasos ahogaron un ruido más sigiloso que estaba cercano a mí. Supongo ahora que hasta que volví a oír otro tiro de Hugh todo sucedió en menos de un minuto. De haber tardado más creo que no podría estar contándolo ahora.

Me preparé entonces, tras oír las voces de Hugh, con la escopeta amartillada, dispuesta a llevármela al hombro, y escuché sus pasos a la carrera. Pero seguía sin ver nada ni oír nada a lo que disparar. De pronto, entre dos hayas, muy cerca de mí, vi lo que sólo soy capaz de describir como una esfera de oscuridad. Rodaba velozmente hacia mí, sobre los escasos metros que nos separaban, y ya demasiado tarde escuché debajo el crujido de las hojas de haya. Antes de que me alcanzara, mi cerebro comprendió qué era, o qué podía ser, pero antes de que pudiera levantar la escopeta para disparar esa nada estaba sobre mí. Me arrebataron la escopeta de la mano y me vi envuelto en la negrura, que era la esencia misma de la corrupción. Me derribó, caí boca arriba y mientras estaba allí tumbado sentí sobre mí el peso de ese asaltante invisible.

Al mover desesperádamente las manos, éstas tocaron algo frío, barroso y peludo. Mis manos resbalaron en aquello y un momento después sentí sobre mi hombro y cuello algo parecido a un tubo de goma. El extremo se sujetó a mi cuello como una serpiente, y sentí que la piel se levantaba debajo. Intenté de nuevo desgarrar y apartar de mí aquella fuerza obscena, y mientras forcejeaba oí los pasos de Hugh muy cerca de mí a través de aquella capa de oscuridad que lo ocultaba todo.

Como tenía la boca libre, grité:

—¡Aquí, aquí! Cerca de ti, donde está más oscuro.

Sentí sus manos sobre las mías y que esa fuerza añadida separaba de mi cuello lo que lo estaba succionando. Lo que tenía enrollado con fuerza sobre las piernas y el pecho se sacudió, forcejeó y se relajó. Fuera lo que fuera lo que nuestras cuatro manos sujetaban, se escabulló y vi a Hugh de pie junto a mí. A uno o dos metros, desapareciendo entre los troncos de hayas, estaba esa negrura que había caído sobre mí. Hugh levantó la escopeta y le disparó su segundo cartucho.

La negrura se dispersó, y allí estaba lo que habíamos buscado, sacudiéndose y retorciéndose como un enorme gusano. Todavía estaba vivo, así que cogí la escopeta, que tenía a mi lado, y le disparé dos cartuchos más. Las sacudidas fueron convirtiéndose en simples estremecimientos hasta que finalmente se quedó inmóvil.

Con la ayuda de Hugh me puse en pie y los dos volvimos a cargar antes de acercarnos. Sobre el suelo había algo monstruoso, mitad babosa mitad gusano. No tenía cabeza; terminaba en una punta roma con un orificio. Era de color gris, cubierto de unos pelos negros dispersos; creo que su longitud era de algo más de un metro, su grosor en la zona más ancha era como el del muslo de un hombre, reduciéndose hacia cada extremo. Los perdigones le habían dado por todas partes, y de los agujeros que habían hecho no rezumaba sangre, sino una materia gris y viscosa.

Mientras estábamos allí en pie se inició un rápido proceso de desintegración y decadencia. Fue perdiendo el perfil, se fundió, se licuó y un minuto después estábamos observando una masa de hojas de haya manchadas y coaguladas. Rápidamente el licor de la corrupción desapareció, y no quedó a nuestros pies rastro alguno de lo que allí había habido. Desapareció el poderoso hedor y brotó entonces el dulce aroma de la tierra húmeda de primavera, y desde arriba entró el fulgor de un rayo de sol que traspasaba las nubes.


- E.F. Benson-

fragmento de And No Birds Sing, publicado originalmente en la edición de diciembre de 1926 de la revista Woman, y luego reeditado en la antología de 1928: Cuentos de fantasmas (Spook Stories).

El título de este gran cuento de terror de E.F. Benson fue extraído del poema de John Keats: La Belle Dame Sans Merci (La bella dama sin piedad).

Dibujo de un árbol con cara y un pájaro en una rama.
Imagen by Temuco Univerciudad







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