DESPEDIDA

Cuando llega
el momento de la despedida,
un universo que estaba
en expansión,
se detiene en seco.

Y en ese frenazo
todo salta por los aires.
Las ilusiones que
crecían veladas.
Las ganas que
aumentaban sin dirección.
Los sentimientos que
se disparaban locos y libres.
Todo
se detiene en seco.
Y el latigazo es puro dolor.

Ese pellizco en el estómago
y la humedad no invitada
a los ojos,
guardan todo el universo,
esa creación incipiente y salvaje
que solo entiende de abrirse paso
entre corazones.

Y de repente
la ausencia se transforma
en nostalgia,
y toda esa vida
que había estado
corriendo sin límite,
sin cerco que la parase,
             se siente morir.
 

Cuando pasa
el momento de la despedida,
la soledad se apodera
de todo el espacio.
La soledad más dañina.
Aquella que guarda una vida
que no puede vivir. 

Y busca en el horizonte
un nuevo asidero,
una esperanza a la que anclarse
para no desaparecer:
Palabras, deseos, lágrimas.
       Un hasta pronto.
             Un te quiero.
                    Una mano...

Esa mano que los vuelva a juntar.


La figura de una mujer sentada sobre un rail de tren, esconde su cabeza entre sus piernas mientras una figura se aleja de fondo
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