PIDE TUS DOCE DESEOS

Hoy termina el año y queremos despedirlo con vosotros de un modo muy especial. Entre los seis locos y locas que damos vida a esta estantería, hemos creado un cuento hilado. Cada uno de nosotros ha ido dando forma a una historia a partir de lo que ha escrito el anterior. 

Esperamos que os guste y, por supuesto, que tengáis una maravillosa entrada de año nuevo. ¡Nos vemos en 2019!

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Nadie podría decir qué sucedió.


La gente comenzó a resguardarse en sus hogares, al calor de familiares y amigos. Compartiendo anécdotas, risas, besos y alguna que otra lágrima por ese recuerdo siempre presente. Mientras que los niños, siempre pendientes de cualquier resquicio de magia, jugaban despreocupadamente y se contaban con entusiasmo lo que habían pedido a los Reyes.

Excepto uno, que se quedó mirando por la ventana…

-Arquero-


Enzo tenía muchas ilusiones, pero una destacaba por encima de todas. Le daba igual si venían los Reyes, si le traían o no los regalos que había pedido. Al fin y al cabo, nunca le llevaban lo que quería. Deseaba ver nevar, cosa difícil porque en cincuenta y cinco años no había caído ni un solo minúsculo copo de nieve. 

Aun así, esperaba ansiosamente su deseo, observando vívidamente cada pequeño cambio procedente del cielo, hasta que escuchó un tremendo ruido en el desván...

-Cellinna-


Sobresaltado buscó más gestos, otras miradas alarmadas por el estruendo escuchado en el piso superior; pero, para su asombro, nadie hizo la más mínima mueca. Todos seguían con sus vehementes conversaciones, sus atropelladas carreras o los ruidosos juegos infantiles. Enzo alzó su brazo y empezó lo que podría haber sido un grito de ayuda, pero que quedó en un mudo aspaviento. Tenía la impresión de no estar presente en aquella habitación atestada de gente.

Lentamente dirigió sus pasos hasta las escaleras que conducían al desván. Allí, mirando el horizonte de los infinitos escalones, sintió cómo un extraño frío le calaba hasta los huesos...

-Denístocles-


Avanzó por las escaleras paso a paso, lleno de dudas y miedos, sin saber qué le esperaba allí arriba. Estaban a punto de dar las campanadas, faltaba poco para la medianoche del último día del año. Y allí estaba él, alejándose de su familia -que le ignoraba totalmente- en el momento más inadecuado. 

Por fin llegó al desván, sólo iluminado por la luz de la luna que se colaba a través de las pequeñas ventanas de madera. Podía escuchar su propia respiración acelerada. 

De repente, un suspiro surgió de entre las cajas allí apiladas. 

-Giadalia-


- ¿Quién anda ahí?

Nadie contestó. Lógicamente no podía haber nadie allí porque la única forma de acceder al desván era a través de la escalera que él acababa de subir y alguien habría visto algo; sin embargo, teniendo en cuenta lo abstraídos que estaban abajo...

De nuevo escuchó un sonido, pero esta vez no fue un suspiro, sino una especie de lamento, quejido, o grito apagado que lo hizo estremecerse de terror. Quiso volver sobre sus pasos intentando que el miedo no lo venciera y diciéndose a sí mismo que todo lo producía su imaginación, pero se quedó totalmente inmóvil. 

-Maulia-


A unos metros a su izquierda, el sonido de una risa infantil cortó el aire. El miedo le recorrió la espina dorsal como una corriente eléctrica.

- Tendrías que verte la cara - Lucía salió de entre las sombras con una expresión de suficiencia, que no restaba ni un ápice de belleza a su diminuto rostro.

- ¿Cómo diantres has entrado aquí? - preguntó Enzo, con el rubor salpicándole las mejillas.

- Me colé por la ventana del baño, luego subí las escaleras sin que nadie me viera. Parece que a tu familia la Navidad les tiene embobados - respondió su vecina, acercándose unos pasos.

Al niño se le escapó una risita bobalicona; al percatarse, rápidamente, inquirió:

- ¿Y… por qué te has colado?

Lucía amplió su sonrisa enmarcada de pecas; a continuación, alzó el brazo, un par de segundos después, la atmósfera se llenó de diminutas partículas blancas.

- ¡Nieve! - exclamó el niño antes de comenzar a girar sobre sí mismo con los brazos extendidos, acompañado por la carcajada musical de Lucía.

Tras la caída del último copo de nieve falso, exclamó exhausto:

- ¿Cómo lo has hecho?

- Solo era un cubo lleno de poliestireno atado a la viga del techo. Tiraba de una cuerda y ¡zasss!

Enzo observó el rústico artilugio, como si de una estación espacial se tratara.

- ¿Por qué?

Lucía se acercó a él, solo unos centímetros los separaban.

- Porque pensé que doce años sin ver nevar eran demasiados - musitó, casi en un susurro.

El rumor de unas campanadas comenzó a oírse al fondo, y al tañido de la número doce, dos niños recibieron su primer beso.

-Rúmez-


Reloj de bolsillo sobre libros antiguos. Sepia.
Imagen en Pinterest por Consuelo Cavalcanti


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