La caída de los gigantes


No había ni un alma. 


Recorrió toda la trinchera, zigzagueando por un travesaño, luego por el otro, y no vio a nadie. Era como una historia de fantasmas, o uno de esos barcos flotando intacto sin tripulantes a bordo. 

Tenía que existir alguna explicación. ¿Es que se había producido algún ataque del que Fitz, por algún motivo, no se había enterado? 

Se le ocurrió echar un vistazo al otro lado de un parapeto. 

Aquello no podía ser una casualidad. Muchos hombres habían muerto el primer día en el frente por echar un vistazo rápido asomándose por la trinchera. 

Fitz agarró una de las palas de mango corto llamadas <<herramienta de trincheras>>. Metió la hoja de la pala por el borde del parapeto. Luego se subió al saliente de tierra en forma de escalón en el que se apoyaban los soldados para disparar y, poco a poco, fue asomando la cabeza para mirar a través de la pequeña ranura abierta con la hoja de la pala. 

Lo que vio lo dejó atónito. 

Los hombres se encontraban en el territorio lleno de cráteres que era tierra de nadie. Pero no estaban combatiendo. Estaban agrupados en corrillos, charlando. 

Había algo curioso en su aspecto, pasados unos segundos, Fitz se dio cuenta de que algunos uniformes eran de color caqui y otros, gris militar. 

Los hombres estaban hablando con el enemigo. 

Fitz tiró la pala de trinchera, sacó la cabeza por el parapeto y se quedó mirando. Había cientos de soldados en tierra de nadie, que llegaban hasta donde alcanzaba la vista, a derecha e izquierda, británicos y alemanes entremezclados. 

¿Qué demonios estaba pasando? 

Encontró una escalerilla de mano para salir de la trinchera y subió como pudo al parapeto. Avanzó por la tierra revuelta. Los hombres enseñaban las fotos de sus familias y sus novias, ofrecían cigarrillos e intentaban comunicarse entre ellos, diciendo cosas como:<<Yo Robert, ¿tú quién?>>. 

Fitz localizó a dos sargentos, uno inglés y el otro alemán, totalmente enfrascados en la conversación. Dio un golpecito en el hombro al inglés. 

-¡Eh, usted! – exclamó-. ¿Se puede saber qué demonios está haciendo? 

El hombre le respondió con el acento gutural de los muelles de Cardiff. 

-No sé cómo ha ocurrido exactamente, señor. Un par de Kartoffel se asomaron por su parapeto, desarmados, y gritaron: <<¡Feliz Navidad!>>, y uno de los nuestros hizo lo mismo y empezaron a acercarse unos a otros caminando y, antes de poder decir esta boca es mía, todo el mundo estaba haciendo lo mismo. 

-Pero ¡si no hay nadie en las trincheras! – dijo Fitz, enfadado-. ¿Es que no cree que puede ser una trampa? 

El sargento echó un vistazo a ambos lados de la línea. 

-No, señor, si le soy sincero, no puedo decirle que lo crea – respondió con frialdad. 

El sargento tenía razón. ¿Cómo iba a aprovecharse el enemigo del hecho de que los soldados de primera línea de ambos bandos se hubieran hecho amigos? 

El sargento señaló al alemán. 

-Este es Hans Braun, señor –dijo-. Era camarero en el hotel Savoy de Londres. ¡Habla inglés! 

El alemán saludó a Fitz. 

-Es un placer conocerle, comandante –dijo-. Le deseo una feliz Navidad –tenía un acento menos marcado que el inglés de Cardiff. Le ofreció una petaca-. ¿Le apetece un trago de schnapps?


-Ken Follett-

Extracto del capítulo Septiembre-diciembre de 1914, perteneciente a la novela "Fall of Giants" (2010), publicado en España por Plaza y Janés.

Oficiales británicos y alemanes se abrazan en mitad de la Primera Guerra Mundial
Imagen by La Tercera

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