Sombrío Relato, Narrador Aún Más Sombrío

Nunca había sentido hacia el señor de Saint—Sever una mayor amistad. A pesar de la fatiga nerviosa que sentía, no dormí un segundo. Finalmente amaneció. Eran las cuatro y media, hacía buen tiempo. Había llegado el momento. Me levanté, me eché agua fría sobre la cabeza. Mi aseo no fue muy largo.

Entré en la habitación de Raoul. Había pasado la noche escribiendo. Todos nosotros hemos madurado esa escena. Sólo tenía que acordarme de ella para estar a tono. Dormía junto a la mesa, en un sillón: aún ardían las velas. Con el ruido que hice al entrar, se despertó y miró el reloj. Lo esperaba, yo conozco ese gesto. Entonces comprendí qué oportuno es.

—Gracias, amigo mío —me dijo—. ¿Prosper está dispuesto? Tenemos una medía hora de camino. Sería necesario avisarle.

Algunos instantes después, bajamos los tres y, cuando daban las cinco, estábamos en el camino de Erquelines. Prosper llevaba las pistolas. Ciertamente, yo tenía «miedo», ¡me oyen! No me avergüenzo de ello.

Hablaban juntos de asuntos de familia, como si no sucediese nada. Raoul estaba soberbio, todo de negro, un aire grave y decidido, muy tranquilo, ¡imponía verle tan natural! … Una autoridad en su aspecto… ¿Han visto a Bocageli en Rouen, en las obras del repertorio de 1830-1840? Ha tenido aciertos allí.., quizás mayores que en París.

—¡Eh!, ¡eh! —objetó una voz.

—¡Oh!, ¡oh!, ¡exageras demasiado!… —interrumpieron dos o tres invitados.

—En fin, Raoul me entusiasmaba como nadie lo había hecho —prosiguió D…—, créanlo. Llegamos al lugar al mismo tiempo que nuestros adversarios. Yo tenía un mal presentimiento.

El adversario era un hombre frío, con aspecto de oficial, un hijo típico de buena familia; una fisonomía a lo Landrol; pero menos amplio en su aspecto. Como eran inútiles las divagaciones se cargaron las armas. Yo conté los pasos, y tuve que sostener mi alma (como dicen los árabes) para no dejar traslucir mis apartes. Lo mejor era estar clásico.

Mi actuación era contenida. No vacilé. Finalmente se marcó la distancia. Me volví hacia Raoul. Lo abracé y estreché su mano. Yo tenía lágrimas en los ojos, no lágrimas de rigor, sino de las verdaderas. 

—Vamos, vamos, mi buen D… —me dijo él—, tranquilidad. ¿Qué es eso? 

Ante tales palabras, lo miré.

El señor de Saint—Sever estaba magnífico. ¡Se hubiera podido decir que estaba en escena! Lo admiraba. Yo había creído hasta entonces que tal sangre fría sólo existía en el escenario.

Los dos adversarios se colocaron el uno frente al otro. Los pies en sus marcas. Hubo una especie de pausa. ¡Mi corazón temblaba! Prosper entregó a Raoul la pistola cargada, preparada; luego, apartando la vista con una espantosa zozobra, volví al primer plano, al lado de la fosa.

¡Y los pájaros cantaban! ¡Yo veía flores al pie de los árboles!, ¡verdaderos árboles! Nunca Cambon ha firmado un amanecer más bello! ¡Qué terrible antítesis!

—¡Uno!… ¡dos! ¡tres! —gritó Prosper, a intervalos regulares, dando palmadas. 

Tenía yo tan turbada la cabeza que creí oír los tres golpes del regidor. Una doble detonación sonó al mismo tiempo. ¡Ay! ¡Dios mío, Dios mío!

D… se interrumpió y colocó su cabeza entre las manos. 

—¡Vamos!, ¡venga! Sabemos que eres sensible… ¡Acaba! —gritaron por todas partes los convidados, emocionados a su vez.

—Pues bien —dijo D…—, Raoul había caído sobre la hierba, apoyado en su rodilla, tras haber dado una vuelta sobre sí mismo. La bala le había dado en pleno corazón… ¡aquí! (¡Y D… se golpeaba el pecho!) Me precipité hacia él. 

—¡Mi pobre madre! —murmuró. 

(D… contempló a los invitados, quienes, como gente de tacto, comprendieron esta vez que habría sido de bastante mal gusto repetir la sonrisa de la «cruz de mi madre». El «mi pobre madre» pasó pues como una carta en la oficina de correos; la palabra, si se estaba realmente en situación, era muy plausible.) 

—Eso fue todo —retomó D…—. La sangre le salió a borbotones. 

Miré al adversario: él tenía un hombro roto. Lo estaban curando. 

Tomé en mis brazos a mi pobre amigo. Prosper le sujetaba la cabeza.

¡En un minuto, figúrense, recordé nuestros años de infancia; los recreos, las alegres risas, los días de salida, las vacaciones.., cuando jugábamos a la pelota!… 

(Todos los convidados inclinaron la cabeza, para señalar que apreciaban la comparación.) 

D…, que se exaltaba visiblemente, se pasó la mano por la frente. Continuó en un tono extraordinario y con los ojos fijos en el vacío: 

—¡Era… como un sueño! Yo lo miraba. Él ya no me veía: expiraba. ¡Y tan sencillo!, ¡tan digno! Ni una queja. Sobrio. Yo estaba sobrecogido. ¡Y dos gruesas lágrimas cayeron de mis ojos! ¡Dos verdaderas! Sí, señores, dos lágrimas… Quisiera que Frederick las hubiera visto. ¡Él las hubiera comprendido! Balbucí un adiós a mi pobre amigo Raoul y lo extendimos en tierra.


Auguste Villiers de L'Isle-Adam - Sombre récit, conteur plus sombre 
publicado dentro de la colección de relatos de terror de 1883 Cuentos Crueles (Contes Cruels).


Duelo a pistolas. Uno de los contrincantes cae abatido.
Imagen by  historiadelasarmasdefuego.blogspot.com

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