LLEGAR A CASA

Se sentía triste. Extraña. Sola. Como si no le importase a nadie en el mundo. A veces, pensaba que, si le pasase algo, nadie se enteraría hasta que su cadáver empezase a desprender ese olor tan peculiar y tan insoportable. El olor del fin de la vida. Olor a putrefacción mezclado con sueños no cumplidos. 

Pero, un día, caminando por la calle, vio esos grandes ojos asustados, escondiéndose entre las sombras. Y la quiso al instante. Estaba empapada, en los huesos, entre la basura… como un desecho. Y entonces comprendió que había llegado a casa. 

Se sentía triste. Extraña. Sola. Caminaba por las calles sin rumbo, huyendo de las amenazas constantes. Del hambre. Del frío. De la lluvia. De todos aquéllos que gustosamente le habrían hecho daño. Se escondía, buscando cobijo y protección, deseando encontrar un lugar calentito en el que vivir.

Pero, un día, caminando por la calle, vio esos grandes ojos apagados, escondiéndose entre las sombras. Y la quiso al instante. Estaba perdida, con el alma en los pies, caminando entre recuerdos… como un desecho. Y entonces comprendió que había llegado a casa. 

Y salvó así una vida, dándole un lugar bajo su techo y junto a su corazón. Aunque ella dice que fue al contrario.


Mujer lee un libro con un gato ronroneante entre sus piernas.
Imagen by Annina Barbosa

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