El fantasma de Canterville

El fantasma, levantándose de su asiento y lanzando un débil grito de alegría, tomó su mano, e inclinándose sobre ella con la gracia de los viejos tiempos, la besó.

Sus dedos estaban fríos como el hielo y sus labios abrasaban como el fuego, pero Virginia no flaqueó; después la hizo atravesar la estancia sombría. 

Sobre el tapiz de un verde apagado estaban bordados unos pequeños cazadores. Soplaban en sus cuernos adornados con borlas y con sus lindas manos le hacían señas de que retrocediese.

-Vuelve sobre tus pasos, Virginia. No sigas. ¡Vete, vete! -gritaban.

Pero el fantasma le apretaba en aquel momento la mano con más fuerza, y ella cerró los ojos para no verlos.

Horribles alimañas de colas de lagarto y de ojos saltones hacían guiños maliciosos en las esquinas de la chimenea, mientras le decían en voz baja:

-Ten cuidado, Virginia, ten cuidado. Podríamos no volver a verte. Pero el fantasma apresuró entonces el paso y Virginia no oyó nada.

Cuando llegaron al extremo de la estancia, el viejo se detuvo, murmurando unas palabras que ella no pudo comprender. Volvió Virginia a abrir los ojos y vio disiparse el muro lentamente, como una neblina, y abrirse una negra caverna.

Un áspero y helado viento les azotó, sintiendo la muchacha que alguien tiraba de su vestido.

-Deprisa, deprisa -gritó el fantasma-, o será demasiado tarde. Y en el mismo momento el muro se cerró de nuevo detrás de ellos y el salón de tapices quedó desierto.




Oscar Wilde - The Canterville Ghost
publicado por primera vez en 1887 en la revista The Court and Society Review.


Imagen by Editorial Libertador

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