El daño oscuro

<<Los botellazos na más te los pegaba a ti>>, decían los niños. Rieron los transeúntes que los escucharon al cruzarse con el grupo: mujer llorosa, dos pequeños belicosos, una guardia civil que los acompañaba al juzgado. Yo los vi, los oí y a punto estuve de reír también antes de torcer el gesto en una mueca indecisa: aquella burla inconsciente en voz infantil destilaba desprecio.


Luego supe más, chismorreos, rumores, ¿por qué iban a dejar su casa si a ellos no los tocaba? Es un buen padre, lo jura toda la familia, incluso un buen marido, sabiéndolo llevar, claro; sólo que ella no sabe, le falta la maña de callarse a tiempo, de agachar la cabeza, de no dar la importancia a tonterías. A ver ¿qué hombre no se va de jarana de vez en cuando y vuelve a las tantas hecho un guiñapo, harto de follar y beber? Gracias que no lo hace a diario, como muchos otros. ¿Y qué hombre no busca su gusto como y cuando le viene en gana? ¿Quién te has creído que eres para tanto respeto? Cuídalo cuando vomita, finge cuando jadea, dedícate a tus hijos y olvídate de tonterías.

Eso le aconsejaban cuñadas y hermanas. Hasta los niños, Yuri y Mateo, se daban cuenta de lo tonta que era su madre; de noche se tapaban la cabeza con la almohada para no oír las voces, <<Ya está mamá liándola>>, <<No aprende, tiene ganas de un puñetazo>>. Se ve que las mujeres son así; eso les dice su padre, <<les gusta recibir, siempre están pidiendo, dinero o palos>>. Y se ríen los tres en la perfecta escena familiar del desayuno. Se llevan bien, es verdad, eso bueno tiene: adora a sus hijos, nunca les pondría una mano encima. Y María -llamémosla así- se arrepiente de denunciar y se pregunta si no se está equivocando… Pero ¿cuántas patadas debe aguantar, cuántos puntos de sutura? ¿Alguna ley marca el límite? ¿Algún mandamiento, algún cura sabe la medida exacta? Teme que un día se le vaya la mano y la deje en el sitio, más aún desde que empezó con los botellazos y no entiende que cause risa la palabra <<botellazo>>, cuando el último la dejó toda la noche inconsciente.

Nunca se hubiera atrevido a denunciar de no mediar el parte médico y aquella asistente social. Pero duda, duda… Lo va a enrabiar para toda la vida y aunque lo metan en la cárcel, algún día saldrá y la encontrará; sobre todo, si le quita a los niños, no la perdonará jamás. Y me cuentan que no valió asegurarle que el proceso sería rápido, que lo condenarían fijo. Porque hay algo peor que el miedo: la culpa. Una buena madre no separa del padre a sus hijos, no se los lleva a vivir de un lado para otro, sin dinero, sin familia, ni abuelos, ni tíos, que todos están de parte del marido. Y lo entiende, si no es mal hombre, es trabajador y… ¿Cómo va a mandar a la cárcel a un padre que tanto quiere a sus niños y puede pagarles una carrera?

Eso explicó María a algunas que quisieron escucharla. Y se fue. Dejó a su familia, <<Mujer sin corazón, ni las hienas abandonan a su camada>>, <<Gracias que tienen un padre que los adora>>, <<Acusarlo de maltrato a él, que nunca en su vida hizo daño a nadie>>, dicen, oigo, repiten. Y recuerdo la frase que comenzó mi historia, <<Los botellazos na más te los pegaba a ti>>, y me pregunto cuánto más daño oscuro conseguirá hacerles.



Josefina Martos Peregrín
Publicado en la antología de textos contra la violencia machista "Granada no se calla" - 2018


La sombra de una mujer recorta el cielo
Imagen by pixabay

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