YO, CONMIGO


Aquel parecía ser un día apacible.
La puerta se cerró, sin desaire, sin desprecio, sin despedida.

El silencio se agolpó de inmediato, dejando en sus labios lo que serían las últimas palabras en el aire.

Cuánta hipocresía en esas paredes, ilusorio apego.

Se fue, no apareció de nuevo.
Pasando noches en vela, recordando besos, caricias en torso desnudo, acurrucada en esos abrazos...

La desidia llegó, como a todo aquel a quien la dejadez y la inapetencia se presenta sin consentimiento. 

Amor ido, rotas entrañas, desconcertado vacío.

Su agonía le hacía sentirse pequeña, frágil, ante un mundo que le exigía. 
- No llores tanto, no te quedes ahí sin hacer nada, no pienses mucho, no puedes...
¿No puedes?... -

Abrió esa puerta cerrada sin torpeza, adrede. Se dijo a sí misma que no era la princesa ni la musa de nadie, ni existía ese dual del que tanto le había hablado y del que le había hecho creer. Porque no necesitaba a alguien para sentirse querida. Ninguna persona era imprescindible en su vida, excepto ella misma.

Tornado cariño, querer propio regresado. 

Y así miró de frente, ilusionada por esos días que llegaban, disfrutando del presente. Razonada lógica venida a una mente despejada, sin esperar nada de nadie. Porque al fin y al cabo, con más o menos tiempo, más unos que otros, estamos... solos.



Imagen by Ileana Rivera




Comentarios

Entradas populares