HEROÍNA



Fui consciente de mi adicción a los veintitrés. Para algunos demasiado pronto, para otros demasiado tarde. Quiero pensar que la busqué como salida a mi mala fortuna; al hastío que provocaba mi rutina a diario. Cada vez que la tenía era un subidón de adrenalina que me enloquecía, que recorría mis venas y me sentía vivo. Me daba fuerzas y me sentía todopoderoso, capaz de cualquier cosa, arrasador, valiente y decidido; loco por vivir, por experimentar nuevas sensaciones y permanecer así por siempre. 

Pero el efecto pasaba. Cuando se iba, de nuevo me sentía vacío. Volvía a la monotonía gris de una existencia roma, simple. Volvía a la vida sin sentido de un don nadie perdido en la inmensidad de un mundo que no le apreciaba; que no le necesitaba. 

Con ella era distinto. Una inyección que hacía desaparecer la bruma densa de la mediocridad, que me hacía sentir una caída constante, que me aceleraba el corazón hasta tal punto que me permitía correr tan rápido que sentía cómo mis pies se levantaban del suelo. Que lo dejaba todo atrás, física y emocionalmente. Que me impulsaba, que me empujaba con nerviosismo: “¡vamos, hazlo!”, “vamos, ¡puedes hacerlo!”. Ese poder que me brindaba el saber que era capaz de hacer cualquier cosa que fuese imaginable mientras la tuviese conmigo. 

Me sentía insaciable. Necesitaba de ella a diario para subsistir, para ver el sentido de otro día más. Llegué a tal punto de no querer saber de nada que no tuviese que ver con su embriagadora sensación. Me alejé de los míos, me aislé seducido por la idea de una vida dependiente de una obsesión que carcomía mis penas y aliviaba mi espíritu... pero que me encapsulaba en una burbuja de emociones placenteras... 

Con ella conviví durante años a expensas de ser criticado por voces discordantes, fieles creyentes de poseer la verdad y la razón, siendo el blanco de opiniones desavenidas que apuntillaban el supuesto crimen que ejercía a diario por el simple hecho de disfrutar de su estímulo. En el fondo eran simples mortales envidiosos, incapaces de encontrar la felicidad de la que yo sí disfrutaba... 

Fueron días felices para mí, aunque el resto no lo entendiese. El vivir para lo que muchos podrían pensar que era una droga pasajera, no fue sino la decisión más acertada que pude elegir. Me dio lo que ningún otro ser humano podría darme jamás, me sacó de la profundidad del oscuro pozo del tedio y me hizo Vivir con mayúsculas. 

Hoy calzo setenta y cuatro años y desde hace uno no te tengo conmigo, pero delante de tu lápida juro que, hasta el día que me reúna de nuevo a tu lado, te llevaré a donde sea que vaya. 


-Ciro-
(Colaborador)




Imagen by Asoulman

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