MI HÉROE


No descubres a tu auténtico enemigo hasta que te enfrentas a un papel en blanco.

Con estas palabras comenzaba un manuscrito que apareció en mi librería una mañana. De hojas amarillentas, con serigrafía de una máquina de escribir muy antigua, destacaba que lo encontrase en el suelo con las páginas perfectamente apiladas. No encontré explicación racional para tal hallazgo en su momento, como ahora tampoco. Tan solo estaba seguro de lo que indicaba el título: Memorias.

Recuerdo que coloqué el cartel de cerrado y que por espacio de una hora estuve dando vueltas alrededor de aquellos recuerdos. Miré cientos de veces en los inventarios donde constaban todos los productos de que dispongo en mi establecimiento y aquello era un artículo de primera que no había visto en mi vida. Barajé todo tipo de hipótesis, algunas tan descabelladas como que aquellas páginas eran cosa del demonio. Pero tan rápido lo pensé, lo deseché; estaba hablando igual que lo suelen hacer las personas mayores. Curiosamente, si para tranquilizarse uno se dice a sí mismo que debe de haber alguna explicación lógica, yo me calmé al venirse a mi mente una frase que don Fermín, entre pinta y pinta me solía decir: “Aquí, en esta tierra, las cosas son así porque sí.” Y, cuando eso sucede, se acepta como algo más de la vida.

Así que tenía en mis manos las memorias de un popular actor de la televisión americana. Se llamaba Alex Grayson y aunque el nombre no me decía nada al principio había encarnado a uno de mis héroes favoritos, – si no el que más – El Fantasma Negro.

Superado el temor inicial de estar profanando las intimidades de una vida y motivado por aquellas palabras con las que abría su narración me interné en otro tiempo: a las tardes de viernes de mi infancia, con las emocionantes aventuras de mi héroe emitidas por la segunda cadena y endulzadas por el sabor del pan con nocilla; para acto seguido salir a jugar con Manolito, Adrián, Melisa (mi gran amor por aquella época y por más tiempo del que me atrevo a reconocer) y cualquiera de los niños del barrio que quisieran unirse a nuestras risas, travesuras y peleas que acababan con más risas.

Devoré aquellas memorias entre escenas nostálgicas y momentos de la vida del actor. Me di cuenta del paso del tiempo y donde de pequeño, me interesaba sobremanera cómo el Fantasma hacía su justicia a fuerza de inteligencia y sus puños contra los villanos más infames; ahora me llenaba muchísimo más cómo encaró alguno de los momentos más duros de su vida: escándalos sexuales, alcohol, drogas; el cese de llamadas para nuevos contratos, divorcios… Historias que marcaron el declive de su carrera. Pero Alex, por lo que pude leer, demostraba tener un carácter fuerte, buscaba superarse y ser un ejemplo del mismo. Consiguió salir de muchas cosas pero hubo un asunto que no pudo resolver: la muerte de su primera mujer, en palabras del actor, la persona más buena y bonita del mundo; su hijo no quiso saber nada más de su padre y se mudó a España para alejarse de él.

Alex no se dio por vencido y se vino aquí, precisamente muy cerca de la localidad donde yo vivo, para poder estar cerca de su chico y seguir luchando por recuperarle.

El tiempo se difuminó en tinta hecha palabras y sentimientos. Mis ojos recorrían cada letra, cada línea con avidez, era un viaje espectacular… Hasta que la palabra “Fin” salió a mi encuentro como una sentencia. Y aunque todo había acabado, me dejó ese regusto, traducido en una sonrisa, de quien sabe que ese manuscrito se ha llevado una parte de su alma, que entre sus páginas tenía encerrada un trocito de mi vida. “Prisionera en la tinta de una máquina de escribir muy antigua”, pensé.

Era de noche cuando la vida del Fantasma acabó y yo estaba sentado a mi mesa, con cientos de libros por catalogar y trabajo atrasado, bajo el pequeño halo de luz circular de mi lamparita y siendo observado, entre las sombras, por miles de Historias. Miré mis libros con cariño, me han dado tanto… Y aquel manuscrito. Estaba en deuda, mi corazón así lo sentía. Y fue entonces cuando se me ocurrió.

¿Qué era lo que más quería el hombre que se ocultaba las tardes de viernes bajo una máscara? ¿Y si sus memorias llegaron a mí porque desde el otro mundo el Fantasma me estaba pidiendo ayuda? ¿Y si su hijo aún viviera cerca de aquí? Podía preguntarme tanto como quisiera pero por todos los demonios que valía la pena intentarlo.

A primera hora de la mañana, realicé unas llamadas, visité a algunos buenos vecinos con edad para pasar las mañanas jugándose monedas y chatos de vino con el dominó y el ajedrez. Personas que pudieron haber tratado a Alex. Y un café, una cerveza, una tapa, una partida a algún juego me llevaron a una dirección. Su hijo vivía todavía aquí.

Era un poco mayor que yo, de aspecto duro y desconfiado. Padre de dos adolescentes. Me tomó por uno de esos periodistas que cuando no tienen una noticia desentierra muertos de la cultura para rellenar páginas. No se calmó tampoco cuando le dije que era un librero, aunque los músculos del brazo se le destensaron al ofrecerle la vida de su padre sin pedir nada a cambio. No supe interpretar su mirada cuando la tuvo en la mano. Hoy, tampoco.

- Lléveselo. – me espetó. – Yo no quiero esto en mi vida. – Escupía las palabras con furia; la pena y el desprecio se apoderaron de su mirada. – Mi padre era el hombre más ruin que ha existido jamás. Nos las hizo pasar canutas a mi madre y a mí, no se merece que lo recuerden. Lo siento, - me dijo, - ha estado perdiendo el tiempo.

Ni siquiera me preguntó cómo llegó a mí.

Hoy estoy junto a su lápida preguntándome qué debo sentir.

Puede que, después de todo, el peor enemigo de Alex Grayson, un papel en blanco, le venciera y tuvo que mentirse a sí mismo para poder seguir viviendo. Puede que no supiera nunca que a veces un papel en blanco es el reflejo de uno mismo, con sus virtudes y sombras. Puede que la Vida necesitara un culpable y solo él podía desempeñar ese papel. Puede que el manuscrito llegara a mí porque valoraría el esfuerzo. O puede que mi héroe, desde las estrellas, quisiera recompensarme sin saber que siempre le estaré agradecido por haber estado ahí.

Es una batalla perdida, sé que nunca lo sabré, pero sonrío ante su tumba, mientras una lágrima traicionera se lleva un retazo del tiempo que fue nuestro.

-Mario Salgado-
(colaborador)
Ilustración de una máquina de escribir antigua, en blanco y negro.
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