CEMENTERIO DE LIBROS

Desapareció. Mi libro preferido. No fue el único, por supuesto; fue un secuestro en masa. Una ausencia sin previo aviso, y sin dejar rastro.

¿Habría pasado mi libro a formar parte de una siniestra red de tráfico de portadas? ¿Sería víctima de la trata de páginas blancas? ¿Habrían usado su papel para otros fines menos pedagógicos?

Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, amigo, cuando un libro se olvida,
¿sabes tú adónde va?

Lo busqué por todas partes, en estanterías, en cajones, en armarios, en cajas, en maletas, en la papelera, bajo la cama… Sé, con toda seguridad, que hay algún pasadizo secreto que parte de algún lugar de mi habitación y no sé muy bien adónde lleva... a otro lugar, o a otro tiempo.

¿Se habría fugado para no volver porque ya no le hacía caso? Cuántas veces me llamó tonta y bastarda, cuando yo en realidad me siento muerta e invisible.

Y, un día, lo descubrí. Sin más, de repente. Existe un cementerio de libros. Sí, lo has leído bien, cementerio… de libros.

Es allí donde terminan esos libros que desaparecen de tus estantes porque ya no los lees, porque ya no los ojeas ni hojeas, porque ya no los mimas, porque ya no los exploras, porque ya no los sueñas. Ese momento en que ya no te importan sus historias, o la persona que te lo regaló ya no está en tu vida, o simplemente has cambiado. Ése, ése es el momento en que tus libros dejan de tener vida.

Y mueren.

Mueren. Caen en el olvido. Los libros pueden tener muchas vidas, o una sola. A veces, ni siquiera llegan a ser leídos, que es lo más triste que puede pasarles.

Los libros están vivos. Sus hojas de papel nacieron de la vida, y se transformaron para contarte historias, para acercarse a ti. Se llenaron de tinta y de letras para vivir en tus manos, en tus ojos, en tu corazón. En tu recuerdo, en tu memoria. En tus miedos, en tus ganas. Incluso en los dedos de tus pies, cuando te incitan a vivir aventuras.

En el momento en que ya no sientas tus libros como tuyos, regálales vida. Recórrelos una vez más y deja que otras personas los lean, una y otra vez. Intercámbialos. Dónalos. Libéralos y deja que los cacen. Hazlos volar.

Y, sólo entonces, dales un final digno.


Imagen by Rocío Liáñez Andrades

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