Dr. Jekill y Mr. Hyde

Estaba paseando tranquilamente por el patio después del desayuno, respirando con placer el aire frío, cuando se apoderaron nuevamente de mí aquellas indescriptibles sensaciones que presagiaban el cambio; y apenas tuve tiempo de llegar al refugio de mi gabinete antes de que estuviera de nuevo ardiendo y helándome con las pasiones de Hyde. En esta ocasión necesité una dosis doble para regresar a mí mismo; y sí, seis horas más tarde, mientras estaba sentado contemplando tristemente el fuego, los dolores regresaron, y tuve que volver a tomar la droga. En pocas palabras, a partir de aquel día pareció que sólo un gran esfuerzo como el de un gimnasta, y sólo bajo el inmediato estímulo de la droga, era capaz de mantener mi aspecto de Jekyll. 

A cada hora del día y de la noche me veía afectado por el estremecimiento premonitorio; sobre todo, si dormía, o incluso si me adormecía unos instantes en mi sillón, siempre era Hyde quien se despertaba. Bajo la tensión de esta amenaza constante y del insomnio al que ahora me veía condenado incluso más allá de lo que había creído posible para un hombre, me convertí, en mi propia persona, en una criatura devorada y vaciada por la fiebre, débil hasta la languidez tanto en cuerpo como en mente, y obsesionada por un único pensamiento: el horror de mi otro yo. Pero cuando dormía o la virtud de la droga se esfumaba, saltaba casi sin transición (porque los dolores de la transformación eran cada día menos señalados) a un delirio lleno de imágenes de terror, un alma ardiendo con odios sin causa, y un cuerpo que parecía no ser lo bastante fuerte para contener las ardientes energías de la vida. Los poderes de Hde parecían haber crecido con la debilidad de Jekyll. 

Y ciertamente el odio que los dividía ahora era igual a cada lado. Con Jekyll era una especie de instinto vital. Ahora había visto la total deformación de esa criatura que compartía con él algunos de los fenómenos de conciencia y que compartiría también la muerte; y más allá de esos vínculos, que constituían en sí mismos el lado más agudo de su aflicción, pensaba en Hyde, en todas las energías de su vida, como en algo no sólo infernal sino inorgánico. Esto era lo más impresionante; que le lodo del pozo parecía emitir gritos y voces, que el amorfo polvo gesticulaba y pecaba; que lo que estaba muerto y no tenía forma usurpaba las funciones de la vida. Y más aún, que el emergente horror estaba unido a él más que una esposa, más que un ojo; yacía enjaulado en su carne, donde lo oía murmurar y sentía su debatirse por nacer; y en cada hora de debilidad, y en la confianza de su sueño, prevalecía sobre él y le desposeía de la vida.

El odio de Hyde hacia Jekyll era de un orden distinto. Su terror al cadalso lo empujaba constantemente a cometer suicidios temporales y a regresar a su estado subordinado como una parte en vez de como una persona; pero odiaba esa necesidad, odiaba aquel abatimiento en el que había caído Jekyll y se resentía del desagrado con el que era considerado. De ahí los trucos simiescos que me gastaba, garabateando blasfemias de mi puño y letra en las páginas de mis libros, quemando las cartas y destruyendo el retrato de mi padre; y de hecho, de no ser por su miedo a la muerte, se hubiera lanzado a la ruina con tal de implicarme a mí en ella. Pero su amor a la vida es prodigioso; voy más lejos aún: yo, que me pongo enfermo y me siento helado con sólo pensar en él, cuando recuerdo la abyección y la pasión de su apego a la vida, y cuando sé cómo teme mi poder para cortársela con el suicidio, descubro en lo más hondo de mi corazón que siento piedad por él.



Robert Louis Stevenson - El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, 1886

Imagen by Uninorte.edu.com


Comentarios

  1. Una historia inquietante y escalofriante a la vez. Besos :D

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    1. Stevenson, maestro en contar historias que van más allá de la trama principal. Ninguna de las adaptaciones cinematográficas que se han hecho, consigue involucrar de espectador como la novela original. Gracias por comentar, amiga. Besos.

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