TREN DE MEDIA NOCHE

Las pequeñas ondas producidas por el bote chocaron en el embarcadero. Éste se meció suavemente mientras la marea subía silenciosamente los escalones hasta llegar a la plaza. La dulce brisa transportaba una lejana música entremezclada con el murmullo de las risas de las copas al brindar. Esa noche la plaza era iluminada por una hermosa luna creciente y las pequeñas velas que decoraban las mesas emulando el cielo estrellado.

¿Cuánto estuvieron allí sentados? No se puede afirmar con seguridad. El tiempo había perdido su noción, despistado, absorto en la belleza de un lugar que sus ojos tantas veces habían visto, pero que sin embargo sus pupilas admiraban con la inocencia de un niño.

Tan-tan…………….Tan-tan……………..Tan-tan…………...La atmósfera es así interrumpida por las campanas que deben llevar a cabo su cometido.

Sacudieron aquella estampa con cada repicar.

- ¡El último tren! - alguien gritó.

El silencio, la soledad y la melancolía eran acallados por las pisadas apresuradas del pequeño grupo. A gran velocidad subían y bajaban los desgastados escalones bajo la atenta mirada de las frías estatuas, que incrédulas dudaban del logro de su propósito.

La estación estaba desierta, sólo algún que otro desafortunado se reposaba en las escaleras resignado a pasar la noche a la intemperie.

Apresuradamente y sin apenas aliento, subieron las escaleras principales, buscando con la mirada nerviosa desde qué andén debían partir. La sirena, en ese momento, acalló el frenético zumbido del pecho. Se miraron por un segundo, sin decir más palabra, con el pensamiento, que “¡corred!” hacia la única máquina que descansaba, haciendo caso a las señales de su instinto.

Con el corazón latiendo fuertemente su pie pisó el último escalón que subiría esa noche. Fue en el último momento en el que el ferroviario bajó por última vez el banderín aquel día que parecía no terminar nunca.

El corazón palpitaba sin descanso.

Oscuridad, calor, humedad, gente en los pasillos; en los compartimentos se escuchaba algún que otro ronquido escondido bajo los cuchicheos.

Uno a uno fueron, no sin dificultad, recorriendo los vagones con el vaivén del traqueteo. Buscaban un sitio donde sentarse, algunos se quedaban atrás comentando alguna anécdota, simplemente despistados, o porque alguna maleta les impedía el paso.

Entonces su mano cálida abrazó la fría de ella.

- ¿Estás bien? Ven, vamos allí a que te dé el aire - le dijo dulcemente aquella voz conocida por poco menos de medio día.

Con determinación abrió la ventanilla para que la dulce brisa le refrescase. No se encontraba recuperada totalmente y el pecho palpitante aún le dolía con cada soplido. Junto a ellos, una pareja de ancianos que, distraídos, charlaban del más y del menos, se bajaron en la primera estación y no pudieron ser testigos.

En ese momento, la chica se giró y observó atrás, en la ventanilla, como la cabeza del tren se alejaba, dejándoles atrás:

-¿Eso es normal?- preguntó, asustada.

A lo que él respondió con una sonrisa.

- Sí, no te preocupes.

- Entonces, adiós - dijo, despidiéndose del tren ante la sonrisa de él.

Se giraron. Ella bajó la mirada y se apoyó contra la puerta. Al levantar la vista, él, seguro de sí mismo, alzó las manos, se inclinó, sujetó dulcemente el rostro de la chica cerrando los ojos y unió sus labios ante las dilatadas pupilas de ella. <<No me creo que esto esté pasando>> - pensó, sorprendida.

Húmedo, dulce, lento, tierno, suave... El primer beso.

A lo lejos se escuchó el traqueteo de un tren de mercancías y el estruendo de los raíles al entrar en una estación, dos, tres... sólo eso… a lo lejos.


-Arana-
(Colaboradora)




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