Los cafés se hacen

Nos conocimos en un curso de creación de guiones. Yo era joven y me encontraba en una especie de año sabático obligado, que llené de trabajo hostelero de fin de semana y de varios cursos, a la vez que fingía estudiar.

Él era mayor, me sacaba 8 o 9 años, no llegaba a los 30 pero aun así se me antojaba una diferencia inmensa. Era tan distinto a mí: yo era una pringada preadulta, que no había salido de casa, ni casi de su pueblo, sin un duro y sin perspectivas de nada, esperando a entrar en la universidad. Él, licenciado, con un cargo de responsabilidad en una empresa ligada a los museos más importantes del país, viajado, independiente, viviendo solo en el centro de la capital. Y escribía, oh, sí, cómo escribía. Aparecía en cada clase con su traje y su gabardina hasta los pies, se apoyaba en la pared de entrada y sacaba su libro. Y yo no le quitaba los ojos de encima. Leíamos nuestros relatos y me quedaba embobada con los suyos. Jamás había conocido a un hombre que escribiese. Hombre… qué grande me quedaba esa palabra. Y cuánto morbo guardaba en su interior.

Nunca hablamos. Yo, ultra tímida, me refugiaba entre mis letras. El curso terminó y nos intercambiamos los e-mails de todos. Y empecé a recibir mensajes suyos. Ya entonces me había dado cuenta de que se me daba mejor entablar relaciones sociales con una pantalla de por medio, y aproveché la ocasión. Nada personal, hasta que un día me invitó a quedar por la ciudad para hacer un café.

Hacer un café. Justo en el momento en que estaba tan de moda aquella canción de Miguel Bosé. Y cuanto más intentaba tomármelo como la persona adulta que no era, más se reía mi mejor amiga cuando nos bañábamos en su piscina, mientras me recordaba la letra del famoso tema. Yo, manteniendo la compostura, decía que <<no podía ser, que no lo conocía mucho pero parecía un tío serio, que era una mal pensada>>. Y por dentro me decía <<eres una niña chica>>.

Y accedí a hacer aquel café. Quedamos en la estación de tren para ir a la capital al salir él de trabajar. La capital… eso también me quedaba grande. Guardé como oro en paño mi billete de ida y vuelta y me metí en la cartera los diez euros que había conseguido ahorrar. Me costaba mantener la conversación, aunque intentaba disimular y parecer más sociable de lo que era en realidad. Nos fuimos al centro y me llevó a un estudio de grabación. En una sala, se grababa un disco de flamenco. En otra, una mujer lo saludó de manera familiar y me hizo una prueba de lectura para grabar unas audioguías. Era sólo un juego, pero le sorprendió mi capacidad de borrar mi marcado acento.

Salimos de allí y entró en un supermercado a comprar una botella de vino. Vino… cosas de mayores. Y de repente y casi sin querer, me dijo que justo ahí arriba estaba su piso, que si quería subir a hacer un café. En mi cabeza resonaron las risas de mi amiga, peleando con mi yo interior que me decía <<no seas tonta, la gente mayor vive sola e invita a sus amigos y amigas a tomar café a sus casas; eres una mal pensada>>.

Y asentí con la cabeza.

Entré en un apartamento pequeño y plagado de libros de arte, así como de cuadros espantosos con rayajos de algún amigo suyo pintor. La ciudad, estudio de grabación, gabardina y su olor a perfume posiblemente caro - ya se sabe que los cerdos y las margaritas… -, piso de soltero bien situado, libros y cuadros bohemios. Estaba totalmente abrumada, me parecía ser Paco Martínez Soria en la Plaza de Cibeles. Me ofreció un café, un té, un vino… ante mis negativas, torcía el hocico. Me acabó poniendo un zumo, con su respectivo posavasos - un posavasos… Dios mío - y bien cargado de hielo. El verano estaba avanzando y yo me había vestido de riguroso negro, que era el único color que me daba seguridad, o que al menos escondía mis miedos. Un acierto total con aquellas temperaturas.

De repente, comenzó a hablar de su novia. Era de Barcelona y trabajaba en la misma empresa que él, había pedido traslado y vivirían juntos en breve. <<¡Puf, qué alivio! ¿Ves como eres una mal pensada?>>, espetó mi voz interior. Bajé por fin las armas. Él me miró en silencio, mientras masticaba el hielo de su vaso. Y se me tiró encima.

Fueron los segundos más largos de mi vida, fuera de lugar, intentando encajar lo que estaba ocurriendo, y a la vez tratando de no reaccionar como una pava. O salía corriendo y agitando los brazos, o me lanzaba sin paracaídas a ver qué sucedía, y tomé la segunda opción. ¿No me había metido yo solita en todo aquel plan de mayores? Pues ya puestos… a vivir la experiencia completa.

Y me encontré con un friki que sólo me dejó tocarlo con las palmas de las manos, mientras me dirigía con una batuta - ríanse de Grey -, que no me dejó salirme del guión y que, por supuesto, no movió un dedo. No nos comimos ni el entrante, y yo que esperaba el menú completo. Me habían dicho que los maduritos...

Me quedé un rato en silencio, tumbada bocarriba, analizando la experiencia absurda apenas acaecida, <<Vaya mojón de mundo adulto>>. Miré la hora en la semioscuridad.

- ¡Mierda! Que no llego al último tren.
- Vaya… venga, vamos a movernos.

Con toda su calma, se levantó y se vistió con un pantalón bombacho de rayas de mercadillo, unas sandalias de cuero y una camiseta, completando el conjunto con enormes bostezos. Y, de repente, perdió todo el morbo que me habían inspirado sus letras y su gabardina. Me acompañó abajo, ya a la carrera. Me puso cinco euros en la mano y me dijo <<hale, que te vaya bien, a ver si llegas al tren>>. Lo miré por unos instantes. Maldito tieso. Puta de polígono y apaleá.

Huelga decir que el taxista me llevó por pena hasta mi pueblo. Aquella noche aprendí algo: no hay que temer a la diferencia de edad; los gilipollas nacen, crecen y se hacen profesionales con los años.

Cuidado con los cafés, a veces van cargados de amor.

Y el resto… es historia.

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Comentarios

  1. ¡¡Qué buen relato!! Magnífico, me ha encantado. Lo cierto es que esa frase de "los gilipollan nacen, crecen y se hacen profesionales con los años" es fantástica y patentable, ja ja

    Muchos besos :D

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  2. Gracias por tus palabras, Margarita. ¡Todos hemos conocido a algún profesional en lo suyo!

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