El fantasma de Madam Crowl

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Todos se preocupaban mucho de ella. La servidumbre de Applewale sabía que, en el momento que muriese, quedarían sin nada, y sus empleados eran cómodos y bien pagados. El doctor venía dos veces por semana a ver a la anciana señora, y podéis estar seguros de que todos hacían lo que él ordenaba. Siempre había el mismo mandato: no debían nunca regañarle ni llevarle la contraria de ningún modo, sino seguirle la corriente y darle gusto en todo. Conque, por lo visto, se pasó toda la noche tumbada vestida en la cama, y todo el día siguiente sin decir ni una sola palabra; por mi parte, pasé todo el día en mi cuarto dedicada a la costura, y sólo bajé a comer. Tenía ganas de ver a la anciana señora, y también de oírle hablar. Pero, por lo que a mí me toca, igual hubiera dado que estuviera en Londres. Después de comer, mi tía me mandó fuera a dar un paseo durante una hora. Me alegré de volver otra vez a la casa, de tan grandes como eran los árboles y lo oscuro y solitario del paraje; pensando en mi casa me había hartado de llorar mientras paseaba a solas por allí. Aquella noche, estaban ya encendidas las velas y yo sentada en mi cuarto cuando se abrió la puerta de la habitación de Madam Crowl, donde también se hallaba mi tía. Entonces fue la primera vez que oí lo que me figuro que sería la voz de la vieja señora.


Era un ruido extraño, parecido no sé bien a qué, si al hecho por un pájaro o una bestia, sólo que tenía como un algo de balido, y era muy débil. Agucé mis oídos para no perder nada de lo que decía. Pero no pude entender ninguna de las palabras que pronunció. Únicamente que mi tía le contestaba:

—El demonio no puede hacer daño a nadie, señora, si no lo permite el Señor.
Entonces la misma vocecilla extraña que salía de la cama dijo algo más que tampoco pude entender. Y mi tía volvió a contestar:
—Déjeles que pongan las caras que quiera, señora, y que digan lo que se les antoje; si el Señor está con nosotras nadie nos podrá hacer ningún mal.

Yo seguía escuchando, la oreja vuelta hacia la puerta, conteniendo la respiración, pero no salió del cuarto ni una palabra ni un ruido más. Durante unos veinte minutos estuve sentada a la mesa, mirando los santos de un libro de fábulas del viejo Esopo, y me di cuenta de que algo se movía en la puerta de mi cuarto y, levantando la vista, vi la cara de mi tía, quien me miraba desde allí mientras se llevaba un dedo a los labios.

—¡Chist! —dijo muy bajito, se acercó a mí de puntillas y me dijo en un susurro—:Gracias a Dios se ha quedado dormida por fin; no hagas ruido hasta que yo vuelva, voy abajo a tomar una taza de té y en seguida regresaremos yo y Mrs. Wyvern; ella dormirá con la señora en su cuarto, tú podrás bajar cuando subamos nosotras, y Judith te llevará la cena a mi cuarto.

Dicho esto, se fue. Seguí mirando el libro de los dibujos, como antes, y escuchando a cada paso, pero no pude oír ni un ruido ni un suspiro; y me puse a decirles cosas en voz baja a los dibujos y a hablar conmigo misma para mantener mi moral, pues empezaba a tener miedo, sola como estaba en aquel cuarto tan grande. Luego me levanté y empecé a pasearme por él, mirando esto, atisbando lo otro, para entretenerme, ya comprenderéis. Por fin me atreví a echar alguna mirada a hurtadillas en la alcoba de Madam Crowl.

Era una alcoba grande, tenía una cama enorme con dosel y cortinas de seda floreada, tal altas que llegaban cerradas alrededor de la cama. Había un espejo, el más grande que había visto en mi vida, y la habitación era una ascua de luz. Conté hasta veintidós candelabros, todos encendidos. Tal era su capricho, que nadie se atrevía a negárselo. Escuché desde la misma puerta, sin atreverme a pasar, boquiabierta y maravillada de todo. Como no se oía ni un suspiro ni se veía el menor movimiento de las cortinas, me armé de valor, entre de puntillas en el cuarto y volví a mirar a mi alrededor. Entonces, me eché una ojeada en el espejo grande, y por fin me vino la idea a la cabeza: «¿Por qué no acercarme y echar una mirada a la vieja señora que está en la cama?».

Me tomaréis por loca con sólo saber la mitad de las ganas que tenía de ver a Madam Crowl. Por mi parte, me dije que si no la veía en aquel momento, tendría que esperar a lo mejor muchos días antes de que se me presentase otra ocasión. Pues bien, escuchadme, me acerqué a la cama, que tenía corridas las cortinas; casi se me paraba el corazón. Pero cogí valor, pasé un dedo por entre los pesados cortinones, y después la mano entera. Y así me quedé, esperando un poco, mas todo estaba callado como la muerte. Conque, despacio, despacito, fui corriendo la cortina, y allí vi ante mí, extendida como la mujer esa que hay en una tumba de la iglesia de Lexhoe, a la famosa Madam Crowl de Applewale House. Allí estaba, vestida por completo. Nunca veréis nada parecido en estos tiempos. Satenes y sedas, escarlata y verde, oro y brocados. ¡Dios mío, qué espectáculo! Tenía puesta en la cabeza una peluca toda empolvada, enorme, casi tan grande como ella. ¡Y qué de arrigas, Señor mío! ¡Con la vieja garganta llena de bolsas, toda empolvada de blanco, las mejillas pintadas de rojo, y con las cejas postizas, que le solía pegar Mrs. Wyvern, allí estaba, grande y tiesa, con un par de medias de seda a cuadros, y unos tacones en los zapatos como de un palmo de altos! ¡Virgen Santa! Tenía una nariz ganchuda y delgada, y los ojos medio abiertos, de modo que se le veía casi la mitad de lo blanco. Tal como aparecía vestida ahora, solía ponerse en pie y mirarse en el espejo, dando paseítos y sonriéndose ante él, y haciendo monerías con un abanico en la mano y un ramillete de flores prendido en el corpiño. Sus arrugadas manitas estaban extendidas a ambos lados, y uñas tan largas y puntiagudas como las suyas no las he visto en mi vida jamás. ¿Puede haber sido moda alguna vez entre los ricos gastar unas uñas así?

Bueno, creo que también vosotros os hubieseis asustado de contemplar un espectáculo como aquél. Yo no podía soltar la cortina ni moverme una pulgada ni quitarle los ojos de encima; hasta el corazón se me había parado. Y de repente vi que abría los ojos, se incorporaba, se daba la vuelta, se me bajaba de la cama, metiendo ruido al dar con sus tacones, comiéndome el rostro con sus grandes ojos vidriosos, mientras sonreía de forma pícara y maligna con sus labios arrugados y sus largos dientes postizos. Vaya; un muerto es cosa natural, digo yo pero éste es la visión más espantosa que he visto en mi vida. Me apuntaba con los dedos y su espalda estaba encorvada por la edad. Dijo:

—¡Tú, pequeña! ¿Por qué andas por ahí diciendo que yo maté al niño? ¡Te voy a hacer cosquillas hasta dejarte más tiesa que un muerto!

Si lo hubiera pensado un momento, me habría dado la vuelta y hubiera escapado. Pero no podía quitar mis ojos de ella, de forma que, tan pronto como pude, empecé a retroceder; mas ella vino detrás de mí, taconeando, moviéndose como con alambres, los dedos apuntados hacia mi garganta, y haciendo todo el tiempo ruido con la lengua, algo que sonaba así como zizz-zizz-zizz. Seguí retrocediendo y retrocediendo tan deprisa como podía, sus dedos estaban ya sólo a pocas pulgadas de mi cuello, y sentí que perdería el juicio sólo con que llegase a tocarme.

Continué retrocediendo hasta alcanzar el rincón del cuarto, y lancé tal grito que cualquiera diría que se me partía cuerpo y alma; en ese momento mi tía, desde la puerta, pegó fuerte una voz, la vieja señora se tornó hacia ella, y yo me di la vuelta, salí corriendo, atravesé mi cuarto, y luego fui escaleras abajo todo lo aprisa que podían llevarme las piernas. Lloré con toda el alma, os lo puedo asegurar, cuando, por fin, me vi en el cuarto de llaves. Mrs. Wyvern se rió mucho cuando le conté lo que me había pasado. Pero cambió de tono cuando oyó las palabras que me había dicho la vieja señora.



Fragmento de Madam Crowl's ghost, Joseph Sheridan Le Fanu.
El cuento apareció por primera vez en 1870, aunque adquirió popularidad en 1923, cuando M.R. James editó la colección de historias fantásticas Madam Crowl's ghost and other tales of mystery.


Nota: Antes de que nos corrijan, aclaramos que el título del relato no contiene ningún error tipográfico. Le Fanu seleccionó una de las tantas variantes para la palabra francesa Madame, que significa simplemente Mi señora.


Retrato al oleo de una señora mayor postrada en la cama. Se trata de Madam Crowl un tanto lúgubre.
Imagen by todocolección

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