Historia de un muerto contada por él mismo

Yo creía soñar, no respiraba ya. Imagínense volviendo a entrar en su habitación donde había muerto hace dos días, encontrando todas las cosas tal como estaban durante su enfermedad, con el sello de ese aire sombrío que da la muerte; volviendo a ver los objetos ordenados, como si ya no tuvieran que ser tocados por ustedes. La única cosa animada que había visto desde mi salida del cementerio fue mi gran péndulo, a cuyo lado había un ser humano muerto, y continuaba contando las horas de mi eternidad como había contado las de mi vida.

Fui a la chimenea, encendí una vela para cerciorarme de la verdad, porque todo cuanto me rodeaba se me aparecía a través de una claridad pálida y fantástica que me daba, por así decir, una visión interior. Todo era real; aquella era mi habitación. Vi el retrato de mi madre, sonriéndome como siempre; abrí los libros que leía algunos días antes de mi muerte; solamente la cama no tenía ropa, y había sellos en todas partes.

En cuanto a Satán, se había sentado al fondo y leía atentamente la Vida de los Santos.

En aquel momento pasé ante un gran espejo y me vi en mi extraño atuendo, cubierto de un pálido sudario con los ojos apagados. Dudé de aquella vida que me devolvía un poder desconocido y me llevé la mano al corazón.

Mi corazón no latía.

Me llevé la mano a la frente y estaba fría como el pecho, el pulso mudo como el corazón; reconocía todo lo que había abandonado; así pues, sólo el pensamiento y los ojos vivían en mí.

Lo horrible además era que no podía apartar mi mirada de aquel espejo que me devolvía mi imagen sombría, helada y muerta. Cada movimiento de mis labios se reflejaba como la horrible sonrisa de un cadáver. No podía moverme del sitio; no podía gritar.

El reloj dejó oír ese zumbido sordo y lúgubre que precede al campaneo de los viejos péndulos, y dio las dos; luego todo recuperó la calma.

Algunos instantes después, una iglesia vecina sonó a su turno, luego otra, luego una más.

En un rincón del espejo veía a Satán que se había dormido sobre la Vida de los Santos.

Conseguí volverme. Había un espejo frente a aquel en el que miraba, de modo que me veía repetido millares de veces con esa claridad pálida que da una sola vela en una sala grande.

El miedo había llegado a su colmo; lancé un grito.

Satán se despertó.

-He aquí, sin embargo -me dijo mostrándome el libro-, con qué se quiere dar virtud a los hombres. Es tan aburrido que me he dormido, yo que velo desde hace seis mil años. ¿Todavía no estás preparado?

-Sí -repliqué maquinalmente-, ya estoy.

-Date prisa -contestó Satán-, rompe los sellos, coge tus ropas y oro sobre todo, mucho oro; deja tus cajones abiertos, y mañana la justicia encontrará el modo de condenar a algún pobre diablo por rotura de sellos; será mi pequeña ganancia.

Me vestí. De vez en cuando me tocaba la frente y el pecho; los dos estaban fríos.

Cuando estuve preparado, miré a Satán.

-¿Vamos a verla? -le dije.

-Dentro de cinco minutos.

-¿Y mañana?

-Mañana -me dijo- recuperarás tu vida ordinaria; yo no hago las cosas a medias.



“Histoire d’un mort racontée par lui-même” 
Alexandre Dumas, 1844


Imagen by Denístocles

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